Lo que le ha tocado vivir
¿Todavía dudas de su poder? Pues déjame decirte que no hay nada superior a él, él dispone las normas, dispone el tablero, te dice: "Mira, pero no toques. Toca, pero no pruebes. Prueba, ¡pero no saborees!" ¿Y qué hace mientras tanto desde arriba? Se descojona, se parte el culo.
Superior a ti–aunque hay algunos que le cuesta admitir que hay cosas superiores a ellos–, superior a alcaldes, políticos, dinero, presidentes, gobernantes, reyes, superior a ricos y a pobres, intelectuales y analfabetos, superior a la vida y a la muerte. En el mundo todo se fije bajo sus normas y hay gente que ha tratado de negar su existencia, desde Kant hasta Einstein, pero, ¿realmente vives en algo inexistente?
El único que pone en cada lugar la cosa que le corresponde, el único capaz de hacer justicia, el único que pasa durante tu vida y no lo ves, hasta que se te ha pasado, y en la antipática vejez te encuentras con toda una vida pasada por la historia y por el tiempo.
El tiempo es ese extraño ente que parece no ser nada, que en las circunstancias más aburridas parece no pasar, y en las más divertidas, más intensas parece no haber pasado. Todo son apariencias, relativo todo esto a cómo viva una persona los acontecimientos, luego ¿había tiempo antes de las personas?–¡Pues claro! Menudas retóricas hago–. Nunca una magnitud física fue tan poderosa como esta.
Ahora, siendo joven–una palabra con la que no me suelo sentir identificado... Será porque la muy querida Junta de Andalucía hacen propaganda de los jóvenes andaluces como los catetos que quieren salir en la foto de folleto– tienes tiempo que malgastar, la vida es larga, "puedes quedarte en casa viendo llover, y de repente te despiertas con cincuenta años a tu espalda"–Pink Floyd, Time–. ¿Aprovechamos bien el tiempo?¿Nos pasa por encima?¿Estamos viviendo como queremos o como dicta la sociedad? A esto se une la gran pregunta: ¿Cómo aprovechar el tiempo?–mi profesora de matemáticas dice que con 25 horas de ejercicios diarios–.
Nos ha tocado vivir en una sociedad donde la diversión se encuentra en un bar de copas–lo cual no está nada mal– y por ende, la felicidad está en dicho local–ahí ya… no entro–, donde el que no estudia es tachado de inmoral y vago, donde se valora más un título universitario que a la persona–¿cuántos se mueren de hambre con uno o más títulos universitarios?–, una sociedad que valora más un reality de poca monta, que no daré el nombre por respeto al lector, donde va lo peor de España y toma las riendas de la audiencia, que programas destinados a la divulgación científica, histórica, o filosófica.
Nos ha tocado vivir en una España conservadora, en el sentido que siguen las mismas disputas entre "progresistas atascados en el siglo XIX" y "conservadores… extraños", conservando como una tradición la guerra entre izquierda y derecha, una España que predica libertad religiosa y luego ataca las religiones, una España donde la política está en todo, y el más mínimo gesto tiene implicaciones políticas, una España que desprecia su bandera, su himno por culpa de un hombre pequeñito y con bigote que mandó ser patriotas, y ahora todo signo español parece estar relacionado con él, una España de españoles que odian a España, de políticos indecentes y egoístas. Una España, conservadoramente atrasada.
Pero, tranquilo, que esto es sólo un periodo que ya se está pasando, en cuanto hayan pasado unos cuantos años más y lleguen nuevos políticos, los que no merecerán más que elogios no sarcásticos en este blog. Pero tiene que cambiar la mentalidad de "todo es política" y "los de la oposición son enemigos acérrimos". Que así vamos, ¡en el norte de África y no en el sur de Europa!
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