Páramo
Hace mucho tiempo ya el primer hombre caminó por estas tierras, pisó por primera vez este suelo, y bajo sus pies cedían los pequeños matorrales que se atreven acrecer. Montañas a mi espalda, un lago helado a la izquierda, de frente una llanura infinita. Casi nadie sabe lo que se siente al estar frente a la inmensidad. Sin un árbol que de sombra, sin nada más que un mar de tundra entre el horizonte y mi persona. La simplicidad de un vacío eterno contrasta con la complejidad de un ser humano efímero.
Como el sonar que nunca recibe el eco de su voz como respuesta, camino sin rumbo ni destino, y sin embargo, no ando perdido. Siempre de frente. Tan sólo el viento gélido del norte, el crujir de los matorrales bajos mis pies y mi propia voz muda suenan en mis oídos. Como acompañante tan sólo una sombra que se va alargando conforme el sol baja. Tan sólo está perdido quien al mirarse a un espejo le devuelve la imagen de un desconocido.
Tierra traicionera por la noche. Tierra que se muestra yerma y hostil, que en invierno se viste de blanco para peinar sus terrenos con el agua de la primavera. Tierra donde nada es fácil. Se me antoja inevitable preguntarme si vale la pena. Tierra sin secretos y llena de ellos, porque no hay con quien romperlos, no hay de quién guardarlos. Nada que me llame a moverme, nada que me haga abrir los ojos. Aún así sigo adelante. Nadie vuela ya alrededor del sol.
Como los cables de un telégrafo que otrora conectarán con el mundo exterior a un pueblo entero asediado por la nieve, siento una conexión primitiva con este páramo. Conexión débil, casi ininteligible, pero latente en lo más profundo de mi ser. Allá donde mire, tan sólo los escasos centímetros de maleza que intentan a su manera rozar el cielo. En esta estepa soy el último gigante en pie. El último gigante que pisa este suelo tan antiguo como la historia.
Tengo esa sensación de cuando dos extraños cruzan una mirada. Dos vidas diferentes que se entrelazan en tan sólo un instante, cuando yo soy tú y te miro lo que veo en ti es a mi. Déjame entender esta paradoja como mejor pueda. Esa sensación de descansar la mirada en alguien completamente extraño y no saber si lo conoces de otra vida, pasada, presente o futura. El sentimiento que el tiempo para uno mismo no pasa, mientras que resto del mundo te atropella.
El páramo perdido, tan solitario como un campo de batalla después de una contienda. Donde no sería difícil encontrar bestias que fuesen capaces de devorar dioses, donde sería difícil encontrar otro ser con un corazón latiendo en su pecho. ¿Qué historia tiene un lugar donde año tras año nada pasa? Donde no hay tiranos ni esclavos, ni buenos ni malos, ricos ni pobres. Sólo tierra desnuda. Tierra por donde en su día caminaron deidades y gigantes. Hostil, inhóspita y desierta. Y a su manera, paradisíaca.
Resuena el viento en mis oídos. Me susurra preguntas que no llevan a nada, frases ininteligibles en lenguas muertas. Sigo caminando sin más camino que el que hacen mis pies. Sol por el día, y en la noche una eterna canción de amor entonada por las estrellas. Canción solo de voces. Un vacío asediado por la soledad. Sin lluvia. Sin cobijo. Tan sólo yo para llenar esta inmensidad. Un minúsculo ser humano. Tan complejo, como compleja sea la mente. Tan simple, como su mera existencia.
Páramo perdido. Páramo aislado del mundo. La impresionante estampa de una llanura infinita, sobria y taciturna. Mi amalgama de pensamientos y sentimientos que luchan por imponerse el unos sobre otros. Y por encima de todo, mi identidad.
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