Esta casa no está en venta
Toda casa tiene una historia que contar. Entre sus muros se guardan vivencias, secretos, sentimientos que para uno se quedan. Acaricio con las yemas de mis dedos las paredes que han visto cómo crecí como persona y cómo amé. Han visto cómo gané y cómo perdí. A veces temo que me lleguen a conocer mejor de lo que yo me conozco a mí mismo. Suspiró por las veces que he reído en sus habitaciones y las veces que he llorado, pero nunca sin consuelo.
Quizás parezca una locura el mero hecho de plantearlo, pero es cierto que la vida es como una noria. Una película de muchos años en la que al final los buenos siempre ganan. Lo mismo estás arriba, en un momento cumbre aferrándote al clavo ardiendo del tiempo, rogándole que no pase, que estás abajo y te lamentas por lo efímero de tu momento arriba. Nada dura para siempre, y esta vieja casa bien lo sabe. Es duro ver en un estado tan deplorable a algo que es parte de tu persona.
Una casa por la que ha pasado toda mi familia, incluso los que se fueron, amigos que han entrado y siempre son bien recibidos, los que se fueron para no volver, conocidos que en un momento me brindaron su apoyo en uno de esos momentos bajos que esta vida malintencionada nos regala. Una casa vieja a la que le guardo tanto cariño, en la que aprendí quién soy, qué quiero ser. Donde comprendí que mi felicidad y luchar por mis sueños está ante cualquier cosa en este mundo.
Tal vez parezca tonto asociar un lugar a la historia de mi vida, a lo que he ido sintiendo a lo largo de los años entre sus paredes. La historia de mis sentimientos. Es una memez que una vieja caja de lata, llena de recuerdos de toda una vida, te haga sonreír cuando la abres. Lo que su olor evoca es una locura. Es una locura porque es irracional, algo que no tiene una justificación lógica. Algo que me hace sentir bien porque sí.
Y si amo a esta casa es porque cada arreglo que tengo que hacerle es una mejora personal. Cada tornillo a apretar es más que una pieza de metal destinada a un determinado fin, es lo que consigue que una estantería se tenga en pie. Una estantería llena de fotos, de recuerdos y libros leídos y por leer. Cada bombilla a cambiar es más que un filamento incandescente, es la luz que amparará cada cena, cada conversación nocturna. La luz que derrota a la oscuridad.
No me gustaría que nada de esta casa cambiase. No quisiera que fuese exhibida a diferentes compradores ni fuese tasada al mayor precio. No quiero que cualquiera se siente en estos sofás, cocine en esta cocina, ni que cualquiera pise un suelo por donde yo gateé. Es así como me gusta y si alguien quiere vivir aquí tendrá que merecerlo. Si alguien quiere cambiar el más mínimo detalle, por mucho que quiera a esa persona, tendré que invitarla a que se marche.
La vida de una casa, al igual que la de los seres humanos también pasa por momentos más amargos y otros de plena alegría. Es el mejor lugar donde recibir a un nuevo familiar o despedir a uno que ya descansa. Esta casa es el único lugar en el universo que puedo considerar íntegramente mío. Un lugar que para mí es sagrado. Que si es cierto que no está pasando los mejores años, llegarán otros mejores, y vendrá quien realmente la merezca.
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