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Podemos pensar que dentro de nuestra mente hay una cierta inviolabilidad de pensamientos, lo que nos lleva a
creer que nadie puede, desde fuera, cambiarnos la forma de pensar. Pero eso es lo que nos hace débiles. Cualquiera puede entrar en nuestra mente, implantar una idea, y hacerla pasar como si fuera algo que a nacido en nosotros. Quien quiera puede hacer que pensemos cosas que otrora irían contra nuestra moral, que compremos lo que quieren, votemos a quien quieren, que odiemos y amemos lo que quieren.
creer que nadie puede, desde fuera, cambiarnos la forma de pensar. Pero eso es lo que nos hace débiles. Cualquiera puede entrar en nuestra mente, implantar una idea, y hacerla pasar como si fuera algo que a nacido en nosotros. Quien quiera puede hacer que pensemos cosas que otrora irían contra nuestra moral, que compremos lo que quieren, votemos a quien quieren, que odiemos y amemos lo que quieren.
Nadie sabe cómo hemos llegado a esto. Como de un modelo que se planteaba tan perfecto, libre de fallos, de corrupciones, ha ido degenerando al monstruo al que hoy día le rendimos cuentas. ¿Somos realmente libres? Sí, porque no tenemos otra palabra que defina la esclavitud. ¿La ignorancia es fuerza? Sí, pues carecemos de un vocablo específico para definir la cultura. Los seres humanos pensamos con palabras. ¿Qué piensa una sociedad que se queda sin ellas? ¿qué piensa una persona que desconoce la definición de las palabras que quiere usar?
Ya casi no hace falta un Hermano Mayor que vele por nuestro correcto pensamiento, pues ya casi no pensamos. Los crímenes de pensamiento, palabra, obra y omisión son cada vez menos frecuentes, estamos creando poco a poco una sociedad más perfecta. Más borrega. El precio a pagar por la seguridad es desproporcionado. El Hermano Mayor nos despoja de cada resquicio de libertad con cada palabra que elimina de nuestra lengua, con cada nueva definición que siembra la confusión en cada quien que quiera pensar.
Al nacer, el Ministerio de la Verdad nos implanta chips en la cabeza que monitorizan cada pensamiento, cada duda, cada sentimiento que se nos pasa por la cabeza. Nos han quitado todo sentimiento nacional. Hemos de odiar una patria en descomposición. Siempre oímos que van a solucionar todo, pero nadie hace nada. Pero no tenemos palabras para saber qué es «no hacer nada». El Gobierno pone a nuestra disposición mil canales de televisión con los que cubrir nuestro tiempo, con los que empañar nuestros pensamientos.
Los mayores cuentan clandestinamente historias muy distintas a la que los libros de historia nos relatan. Se encargan de que creamos que la historia pasó tal y como quieren. Nadie sabe si lo que sabemos es historia o un simple cuento. No sólo los que ganan escriben la historia, también los que mandan. Hemos aprendido a amar al Hermano Mayor y las ideologías del partido por encima de cualquier cosa si queremos comer. Hemos aprendido a arrodillarnos si queremos vivir.
Se busca y se persigue a aquellos contrarios al régimen, como antaño lo hicieron los otros. Siempre en guerra con el resto de naciones, así es cómo se consigue la paz, pues no conocemos otro modo. Nos hacen creer oprimidos por la propia sociedad, no por ellos. Nos dan los pensamientos que quieren que pensemos ya bien masticados y listos para digerirlos. Ellos decidirían lo que está bien y lo que está mal, si para nosotros no fueran sinónimos el uno del otro.
Caminamos por las calles como dormidos, sin pensar, sin sentir, sin dudar. Simples, con la mente en blanco. Miles de almas sonámbulas deambulando por la tierra sin saber qué decir, adónde irán. Meras mercancías con número de serie bien controladas. Bien vigiladas. Su verdad es absoluta y no se puede rebatir, porque principalmente nos han quitado los argumentos con los que poder discutir. Nuestra mente está desnuda en un estado donde hacen con ella lo que unos pocos quieren. Nos hacen creer que somos la causa de todo mal.
Apresados en un estado, sin poder pensar. Sin poder sentir. Sin poder dudar.
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