Al final del callejón

Al final del camino, donde la calle de aparentemente un barrio normal se convierte en un callejón sin salida. El lugar donde al caer la noche no hay farolas que iluminen. Tan negro como el fondo de un pozo infinito para aquellos que aún siguen vivos. Lleno de la luz verdadera para quien no. Allá dónde ya ni el bien ni el mal, ni la paz ni la guerra importan. Una casa vacía de todo cuerpo, pero hogar de almas encadenadas a este mundo.


Tan lejos como la eternidad, tan cerca como unos pasos cuesta abajo al lúgubre callejón sin salida del barrio. La casa abandonada, entre el cielo y el suelo. A la izquierda del tiempo. Donde todos aquellos que en vida no vivieron intentan redimir una existencia a través de una presencia incorpórea y vacía. Fantasmas que no mueven muebles ni se pasan la noche apagando y encendiendo luces o cerrando puertas de un portazo. Fantasmas que no quieren asustar a nadie, solo hacer notoria su presencia.

Tristes ánimas que vagan a oscuras, dando pasos de ciego, por los pasillos y habitaciones. Llantos quejumbrosos, risas estridentes, iras susurradas al oído. Todas ellas pidiendo a gritos una sola cosa, ser recordadas. Queriendo en cada suspiro un mínimo resquicio de atención de los vivos, o de otros muertos que merodean la antigua casa. Necesitados de ese sentimiento de que forman parte de un grupo, aceptación social. Necesitados de demostrarse a sí mismos una felicidad tan etérea como sus propias existencias.

Espectros que navegan por una red tan vacía como sus palabras, que por ellos mismos no son nadie y necesitan venderse a cualquier ideología para conseguir un ápice de atención. Se buscan un enemigo común al que atacar, aunque este no sepa apenas de su existencia. Seres errantes que se unen en manada bajo la bandera del victimismo. Como el piar de un pájaro, se hacen eco de cada noticia para derrotar a ese enemigo opresor con su versión prostituida de la verdad absoluta.

Sombras de los que pretendían ser hermanitas de la caridad, aquellos que aspiran llegar a santos en vida. Lo único que impide su apoteosis a la gloria eterna son las cadenas de la hipocresía y el cinismo. Espíritus que aparecen en cada fotografía junto a un enfermo, familia, amigos o una persona mayor necesitada de cuidados, los mismos que luego en vida no pisaron un hospital y desaparecen por las paredes cuando las cosas no van bien. Con aureola de santo solo en sus fotografía.

Fantasmas cuyo máximo objetivo en la vida es demostrar que vivieron una vida perfecta. Sonrientes, completos y con esos aires de grandeza que se visten bajo una falsa modestia. Son aquellos que aparecen en primer plano en las fotografías, en viajes de ensueño, con amores idílicos, amigos ideales, noches de fiesta que duran hasta el amanecer. Hacen de cada aparición un auténtico espectáculo digno de ser aplaudido, pero al bajar el telón tan sólo el número de me gusta secarán las lágrimas de una vida vacía.

Al final del barrio, en el callejón sin salida y más oscuro, casas llena de espíritus, de espectros que no llegan a dejar esta vida, cuya existencia está ligada al ego que les da cada visita. Sin alguien que los observe desaparecerían como lo hacen las nubes después de descargar toda su lluvia. Fantasmas vagando con su triste figura por la nube de la eternidad, vestidos tan solo con la máscara que oculta sus verdadera naturaleza.

Al final del barrio, en el callejón sin salida y más oscuro, casas como Facebook, Instagram, Twitter, las que abren la puerta a todo aquel que desee compartir un álter ego de su vida.



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