Imagínese#bitácora del perrito


Va por todos aquellos que anteponen el dinero a los seres vivos, ojalá ellos corrieran la misma suerte que este perrito:

¡Vamos a jugar! ¡Vamos a jugar! ¡A jugar! Estaba muy contento, en todo mi cuerpo canino ya se notaba desde que mi dueño me dijo que nos íbamos a jugar. Podía ver por la ventana del coche aquel paisaje típico de Andalucía. El sol alumbraba aquella llanura cubierta por campos de cultivos. ¡Quiero jugar en ese campo! Lo que estaba claro es que ese día iba a ser especial. Mi dueño, yo, y toda esa inmensidad.

Seguro íbamos a jugar a traer el palo, la pelota, buscar algún juguete, tirar de alguna cuerda. También habría otros perros con los que poder jugar. Yo sabía que todos esos malos modos, falta de comida y esas caricias tan fuertes que a veces, sin querer, me daba, tendrían su recompensa. Personalmente me daba igual haber comido de sobras toda esta semana anterior.

Comprendía que mi dueño estaba preocupado desde el lunes que vino del trabajo más triste de lo normal, ¿qué le pasaría? No lo sabía, pero mi misión era alegrarle el día transmitiéndole la felicidad de verle. Los días se quedó en casa, conmigo. Lo noté un tanto hostil, y bastante reacio a que me acercara, pero yo tenía que alegrarle como fuera.

Pero eso ya es cosa del pasado: ¡ahora vamos a jugar! Detiene el coche en una fábrica abandonada. ¡Que de espacio tiene! ¡Aquí podremos jugar a todo! Se acerca al maletero, donde estoy yo. Debo permanecer sentado para que me ponga la correa, pero estoy muy nervioso, ¡vamos a jugar! Algo raro pasa, mi dueño me deja ir sin correa. ¡Claro! ¿Cómo correría entonces? Me bajo corriendo del maletero.  Le miro, mi cuerpo entero se menea, pero él me mira seriamente. Rápidamente comprendo que no tenemos palo con el que jugar, pero allí, al fondo, parece haber palos. Voy a por uno de ellos.

¡Oh, no! Mi dueño se ha perdido ¡Mi dueño no está! ¿Qué hago ahora? Seguro que está muy triste porque no le llevó el palo. Olfateo el suelo en busca de su olor, pero nada, se corta. ¡Mi dueño se ha desintegrado! ¿Qué hago, Dios, qué hago? ¿¡Cómo lo he podido perder!? ¡Soy una mala mascota! ¡Soy un mal perro! Comienzo a sollozar por la impotencia que me provocaba el sentimiento de haber perdido a mi dueño, a mi amigo.

Quinto día. Sin agua, desfallezco, mi famélico estado inspiraría lástima a cualquiera, pero sé que de esta fábrica no debo moverme, porque mi amo se fue, pero volverá, sé que volverá. Lo huelo… lo huelo… las patas ya no me responden. Acabo de vomitar algo, que no sé de dónde lo he comido, ¿me estaré vomitando a mi mismo? He perdido la visión, y apenas puedo respirar ya. Este sol del sur me abrasa, no aguanto más, necesito agua, pero debo esperar a mi amo… mi amo volverá… lo sé… lo huelo.

Fue entonces cuando me vi, tirado en el suelo, con una delgadez extrema. Mi amo nunca volvió, y ahora lo he comprendido todo, desde que lo echaron del trabajo, hasta que el maldito y desagradecido hipócrita se hartó de mi y como no tuvo el suficiente valor para sacrificarme, venderme o regalarme, decidió que este sol andaluz, junto a mi lealtad, me consumieran. Ahora él sobrevivirá, penosamente con el dinero que en el despido le habrán dado, mientras yo agonizaba, mientras he muerto, he muerto por él y el muy cabrón no ha sido capaz de reconocerlo.  

Ese perro que es capaz de vivir de tus sobras, ese perro que es tu amigo, es más, para él, tú eres su mejor amigo, sólo requiere un poco de cariño, el mismo que él vierte en ti cada vez que te ve llegar por la puerta, le basta con una caricia para ser feliz. Demuestra que tienes cojones y no se lo pagues abandonándolo. 

Comentarios

más leídas