Mmmm, fraise
Il vice faut descendre un long escalier, étape par étape... étape par étape…étape par étape??? Pour cela, je me séjours avec mon vice, si tu es ce vice.
Quiero que se sepa, antes de nada, que está entrada no es consecuencia de nada, y que nada debe ser consecuencia de sacar esta entrada, y que… ¡que cada cual piense en lo que quiera pensar! Es un pecado como todos los demás, aunque, dando mi opinión, mucho peor es la soberbia, el orgullo, la envidia, la avaricia, la codicia que este, pero es el tema más tabú, y no se me ocurre peor momento para sacarlo–pero menos mal que se comprende que es el blog y o hace falta explicar nada más–. Aún así, allá va:
Para empezar quiero que imaginemos algo que nos guste, una comida rica, ¿chocolate? No muy típico ¿Filete de ternera poco hecho de estos que se te hace la boca agua al verlo? No me convence… ¿Gambas, miles de gambas, millones de gambas? Tampoco hay que ser egoístas. ¿Butifarra? No, que eso sólo lo tienen el el norte. ¿Ese jamón serrano de bellota, con ese color rojizo que se derrite en la boca, con ese toque especial que le da el tocino? Mmmmm… que tal como que no, ¿y si algún lector es vegetariano? ¿Una fresa? Por supuesto que sí, ¿a quién no le gustan las fresas?–a mucha gente que me da exactamente igual, es mi blog, es mi ejemplo–.
Pues ahora imagínate fresas, muchas fresas, muchísimas fresas, más de muchísimas fresas, millones de fresas, un verdadero Strawberry fields (forever) como los Beatles. Todas las fresas que puedas comer y más están ahí, a tu mano, esperando a ser degustadas por tu paladar.
Pero como dijo Juan Carlos Aragón en el 2011, con Los Príncipes, en un pasodoble de semifinales, el tiempo todo lo convierte en realidad, o lo destroza. Llevas un día entero comiendo tu alimento favorito: las fresas, el segundo día también, tercero, cuarto, ¡décimo! ¡Un mes entero comiendo fresas!¡El año entero comiendo fresas! Fresas sin parar, fresas para desayunar, fresas para almorzar, fresas para merendar, fresas para cenar, un vaso de leche, con fresas para antes de dormir, fresas al despertarte, fresas por los oídos, por la nariz, en el zapato, ¡hasta una dentro de los calzoncillos! Respóndeme sinceramente, ¿no acabarías aborreciendo las fresas? ¿No comerías fresas por comerlas? ¿No se habría esfumado el amor irracional que tenías por las fresas en el principio del párrafo anterior?
¿Y si no fueran fresas de lo que estamos hablando? Pongamos que hablamos de personas, en vez de una fruta–no hablo del canibalismo, sino de la otra faceta de lo concupiscible–. Y en eso nadie se escapa, no es como las fresas o el chocolate, pues a todos nos gustan, en una amplia variedad de sentidos posibles, las personas, la persona. Aquella por la que con sólo oír su nombre sonríes como un bobo, por la que dices cosas que antes no creías que dirías–como esta, por ejemplo–. En definitiva, esa persona.
¿Se te ocurriría tratar a esa persona como un mero objeto? ¿Se te pasaría por la cabeza aplicarle el dicho aquí te pillo, aquí te mato? Confío en que ambas respuestas sean negativas, en cuyo caso, vamos bien, ahora, por ende, ¿se te ocurriría tratar a una persona como un objeto? ¿Se te pasaría por la cabeza aplicarle el dicho, anteriormente mencionado, a cualquier persona?
Creo que cada persona tiene su dignidad, y por ello debe ser respetada, no como un igual, ni mucho menos que alguien se le imponga. Tiene derecho a vivir libremente sin la lascivia de alguien que la mantenga sojuzgada completamente, tiene derecho a vivir la vida, es más, derecho a vivir su vida.
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