¿Jura decir la verdad?
¿Le digo unas verdades como puños, o una mentira sutil que cuele? Sinceramente, me parece usted una vieja amargada que no reconoce una perversión ni a escasos centímetros de su nariz, y si alguien está aquí molestando a alguien es usted, ¡al resto de la sociedad! Recoja sus absurdos conceptos y prejuicios y hágale un favor a la humanidad: vállase a una isla desierta, ¡usted sola!
Si va por alguien el prólogo, sí, pero como no leerá el blog en la vida, ahí se queda, y si lo lee, sea consciente de que he dado mi nombre y mi apellido, como debe de ser, a ver si tiene la decencia de hacer lo mismo.
Tras este palo seco de sinceridad que golpea cual bofetada de calor en pleno verano, en Sevilla, a 50°C, quería ir más directo que nunca, porque la virtud que hoy presento es algo extraña. Todo el mundo se le presenta la opción, ante una pregunta, de decir la verdad o de mentir, y libremente escoger la opción más apropiada… la que «consideramos» más apropiada. En resumidas cuentas y directamente, que solemos mentir para no dañar al interlocutor, o librarnos en salud de algo, egoístamente.
El rollo es lo presentado al principio, ¿es mejor decir la verdad aunque siente peor que una estufa en verano, o una mentira que, sutilmente, haga irse contento al interlocutor y librarnos en salud de malos rollos? ¡Y cómo sólo existen esos dos extremos!
Al final bien parece que si dices la verdad, malo, tomando como ejemplo el de mi amiga la vieja–esa monserga que he puesto en el prólogo–, tras decirle eso, se coge un fusil y se suicida a lo Kurt Cobain. En esa línea, la mentira parece lo más factible, pero ¿dejar de dar mi opinión porque, emocionalmente le afecté a alguien que me ha pedido una opinión razonada de ella? Eso mismo estaba pensando… además, no entremos en que la mentira a la larga se descubre, y en este caso no es grave, pero en otros berenjenales ya es un problema.
Se nos presenta el problema de que ambas cosas tienen partes malas, una a priori y otra a posteriori. Pero nadie ha hablado de una verdad con sutileza, dicha de tal manera que no hiera, ni nos inculpe de cosas que o hemos hecho.
No hablo de mentir un poco, hablo de decir la verdad, ser sinceros, pero con la elocuencia necesaria para no dañar a nadie con la verdad. Tampoco digo que se haga como en política Ni sí, ni no, sino todo lo contrario, que con doble sentido son capaces de desviar una conversación a su favor, ni hablar como lo hago en el blog, con metáforas, dobles y triples sentidos y otras figuras retóricas que pierden al lector.
En esencia, la honestidad es una virtud que pocos las poseen, porque, es difícil decir algo sin que haya víctimas colaterales, dañadas por tu opinión, o tu respuesta, yo diría que es imposible–siempre hay algún memo que se ofende sin razón alguna, luego, por ese camino, si molesta, que se valla–, pero con el menor número de afectados posibles, o que al que interesa que se entere no le afecté la respuesta a la pregunta.
Siguiendo el hilo de esto, sinceramente, aprecio mucho la honestidad, aunque las verdades sean feas, por así decirlo, considero que más feo es descubrir una mentira, porque, por parte del mentiroso, queda en su moralidad considerar si es bueno o malo caer bajo para mi, pero para mi es como ser engañado y estafado. Y no me gusta que me engañen o estafen, ni a mi, ni a nadie, creo.
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