Allegro ma non troppo

Otra vez digo que te levantes, tío vago, que ya tendrás la tumba para descansar


Hoy, 20 de agosto de 2013, terminadas y finiquitadas las entradas de los malísimos pecados, vámonos a lo que nos gusta, pero lo que más reprimimos indirectamente. Ya sabemos que hay personas a las que les encanta dejar sus mensajes al azar, y si lo pillas, bien, enfádate, bebe un vaso de agua y ajo, disfrazando misivas indirectas en textos aparentemente claros. Aquí no… lo que parece indirecto es lo más directo del mundo, he aquí resuelto el problema que algunos tenías en la comprensión del tercer sentido del blog. Bueno, y ahora, a hablar de virtudes, o pecados satanistas.

Se dice que todos tenemos una parte inmaterial, una parte de nosotros no correspondida en el mundo material, platónicamente–hay también quien lo niega… vale, dime qué carajo es, entonces, el amor, el odio y todo tipo de sentimiento, ¿meras descargas eléctricas que tienen lugar en nuestro cerebro? ¡Ja! O que todo se reduce a complejo de Edipo… ¡Ja! Ya me gustaría ver a más de un edipista…–. Y este espíritu nuestro, alma, fuerza vital, como quieras llamarlo–yo lo llamaré fuerza vital, que suena más científico–, tiene su edad. En términos de fuerza vital, tenemos un nivel de esta.

En teoría tenemos un nivel de fuerza vital que con nuestra edad biológica se va gastando, nos vamos haciendo viejos. No obstante, en la práctica, podemos ver personas carentes de fuerza vital a los quince años–estereotipo de chaval que ve la tele, juega Xbox, ordenador y cama, estrictamente–, al igual que nos encontramos gente mayor, personas que duplican la edad con la que se murió Matusalén y que tienen altos niveles de fuerza vital, un espíritu joven–la duquesa de Alba–.

Para mi, la virtud es tener siempre esa fuerza vital vigente, de manera totalmente independiente a la edad biológica de esta persona, como, prácticamente, así es, tanto para bien como para mal, esta fuera no depende del tiempo vivido. Los síntomas de agotamiento de esta fuerza se hace patente cuando la persona comienza a sufrir pereza, todo pierde el sentido, lo que lleva a la irritabilidad, un carácter más cascarrabias, en definitiva, una mente más cerrada a cualquier cambio, bueno o malo. Arrogancia a la hora de hacer cualquier cosa, dándose grandes aires de cosas que jamás hicieron, quedando atrapados en lo que es su pasado, real o ficticio.

No obstante, una persona con un alto nivel de esta fuerza vital, un espíritu joven–algo así como el Superhombre de Nietzsche–, es una persona que saca fuerzas de donde no se creía haberlas, siempre dispuesto a actuar, a hacer cualquier cosa, despertando en su cerebro curiosidad por prácticamente todo, provocando la investigación de esos temas de interés–aunque este afán de conocimiento es más mi caso–. Una persona que veo, desde mi perspectiva, inocente, enfocado en el sentido que no hace cosas a mala leche, una persona sin malicia que no prejuzgue a nadie por su aspecto, su ideología y forma de pensar.

Ver una persona así, que grite al mundo: «Hey, mundo, soy Pepe G Cervera, estoy aquí y voy a por ti», alegra a cualquiera, tener a uno de estos en un equipo, tenerlos cerca hace que nos ensalcemos, nos sube la autoestima sin duda, porque, de un modo muy peculiar, esas ganas de vivir la vida, de ver el mundo de una manera de manera optimista y  paralela al resto de la población, se propaga.

Creo que es una virtud porque, en sí, esas personas son felices en sí mismos y contagian esa felicidad a los demás. Aunque sí que es cierto que habrá quien intente disipar esa fuerza vital, y no faltará el que recuerde la diabólica fábula de esa horrible lechera nazi-soviética, que prentendía sojuzgar al mundo con un cántaro de leche: el cántaro del poder supremo. Y es muy triste perder la fuerza vital por miedo al fracaso, miedo a que el mundo pueda ser demasiado grande como para ir a por él, por miedo a caer, por miedo a romper el cántaro del poder supremo, aplicado a la fábula de la lechera nazi-soviética.

La gente me suele identificar con la canción de Imagine, de John Lennon–no se por qué será, ¿quizás porque la llevo escuchando desde que tengo uso de razón, junto a Another Brick in the wall de Pink Floyd?–, no cabe duda de que puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. 

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