Como cerrar una ventana

Un consejo personal: si vas a perder un amigo, que sea para ganar algo mejor.

Hora y lugar: sábado 10 de agosto, 10:47 pm–inicio de entrada–, Molló, Gerona, Cataluña, bajo un cielo estrellado, no se por qué, pero la Vía Láctea me recuerda a un gato, temperatura agradable, un poco fría, huele a tierra mojada con un toque de césped cortado, sonando Mägo de Oz, sólo con un deseo en la mente… ¿se puede estar mejor? ¿Hay algo que envidiar aquí? Generalmente me relajo viendo estrellas, y, ante mi incultura en el idioma catalán, y la película non grata de la televisión pública española, me salgo al jardín y escribo. Créeme, en este momento no tengo nada que envidiar a nadie, y por ello me alegro.

El pilar de la sociedad actual de hoy, o mejor dicho, el pecado capital de hoy espero que sepas ya cual es, a mis ojos, junto a la avaricia y la vanagloria, es el peor: la envidia. Incluso peor que la avaricia, pues en la envidia va incluida. Primero hacer una clara distinción entre las dos envidias, la sana y la insana. La envidia sana la podríamos definir como deseo de algo, nada obsesivo ni patológico. Prefiero no usar el término envidia para algo tan poco sutil.

Pero en la envidia insana va intrínseca la avaricia, querer bienes como otros, pensar que todo lo de los demás es mejor, dejar de vivir por los objetos que tienen otros, aunque también se considera envidia insana la tristeza, la depresión por la alegría de otro, esa situación en la que quieres que otra persona no viva, quieres que se hunda en lo más profundo para ser tú feliz. Por eso digo que es el peor de los pecados, y sin embargo uno de los pilares de nuestra hipócrita sociedad.

A día de hoy, ¿quién no ha tenido envidia por que alguien tenga algo mejor? ¿Quién no la ha sentido al ver alzarse a alguien en tu mismo campo? ¿Quién es el carajote que no ve que todo esto lleva el nombre del consumismo tras de sí? ¿Quién no ve que la felicidad no está de manera necesaria en lo material? La dura realidad es que la publicidad enfrentan a la gente en silencio por sus posiciones materiales, tasan personas a favor de lo que tengan y no a lo que son. 

Y, no te pierdas la parte del que, por envidia, dice que un igualitarismo–ser un grano de arena en un desierto–es mejor, porque si nadie destaca no hay envidia. O sea, ¿proponer cortar a todos por el mismo patrón por no llegar a los objetivos marcados? Si tú quieres ser igual que la gente, cógete un estereotipo y, mucha suerte, tío. ¡Pero a mi no me lo apliques, que no quiero ser como tú!

En definitiva, la envidia hace patente el complejo de inferioridad que tiene el envidioso. Somos como manzanas, unas mejores que otras, a las que nos puede atacar el gusano del deseo, entrando poco a poco por nuestra superficie, hasta llegar al corazón, pero eso puede no bastarle, y seguir comiendo y consumiendo la manzana cada vez más y más. El deseo deja claros agujeros por donde entra el oxígeno, entra la envidia poco a poco hasta pudrir la manzana por completo.

Es difícil curar la envidia, pues es un mal repentino, al igual que Leviatán, cuando el mar está en calma, él aparece, nos hace más débiles y a nuestro buque más frágil ante cualquier imprevisto. No nos mata, pero hace que la travesía por el mar de la vida sea letal, vomitiva y nauseabunda. Las consecuencias de navegar junto a Leviatán son obvias: perdida de interés por todo–pereza–, incumplimiento de deseos, que provoca un descontrol en el temperamento–ira–, desprecio al resto de seres humanos, casi como se desprecia el envidioso a sí mismo–orgullo y lujuria–, codiciar bienes ajenos, por de lo que va intrínseco a la envidia–avaricia–, deformaciones en la dieta, por difícil que pueda parecer–gula–, y lo que para mí es lo peor que le puede pasar a una persona: pérdida de amigos. 

Para mi, mucho mejor librarse de la envidia a tiempo. Todos tenemos muy buenas virtudes–incluso las personas que parecen ser más tóxicas–, son las que pienso que hay que desarrollar para poder estar tan bien con uno mismo, como se está en buena compañía.

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