Marinero en tierra

De la mar llegó un barquito marinero, mecido por las olas, guiado por los vientos, velado por la virgen del Carmen, atraca en puerto. Volvía de una larga travesía por la mar, aquellos valientes eran devueltos a sus casas a pasar una breve instancia con sus mujeres e hijos hasta volverse a embarcar.

El mar, la mar, como dijo el poeta, tiene la característica fundamental de que surques las aguas que navegues, cualquiera, no deja de ser una enorme masa de agua, y como tal, despojada por completo de cualquier belleza lírica, es la misma en cualquier lugar del planeta, ¿cómo, entonces, es capaz de evocar en mi tales sentimientos? 

Quizás por que es la frontera con otro mundo, uno del que apenas conocemos ni la cuarta parte. Donde habitan míticas criaturas, exóticos animales, seres de ensueño, quién los viera a todos esos seres en su hábitat. Siempre me fascinó la idea de que la mar es madre de todo los seres vivos, que un día todos estuvimos en ella, pero al crecer quisimos independizarnos.

La mar es como aquella amante que te seduce, te llama con una suave voz, un sonido de vaivén provocado por las olas, que son como suaves tirabuzones de una larga melena que cae sobre la playa. Es como si fuera una mujer caminando de espalda, descalza por una playa, con un pareo sobre el bikini en un día nublado, que se vuelve a mirarte por el rabillo del ojo, invitándote implícitamente a ir con ella.

¿Qué hacer ante tal situación? No se le puede decir que no a la mar, pero, hay que andarse con ojo en esa situación, pues tan pronto es dulce, cariñosa y te quiere como una novia, que se vuelve violenta, impredecible y no quiere ni verte. Puede que en su exterior se muestre tranquila y serena, no obstante, en su interior es como una bomba de relojería conteniéndose por no estallar.

Desde mi habitación veo el puerto, los barcos que van y vienen mientras yo me quedo en casa, mirando al mar como si no tuviera otra cosa que hacer. Mirando a aquella mujer que tanto me fascina y me hipnotiza. Recuerdo aquella que andaba descalza en la orilla de la mar, suspirando, mientras el suspiro se pierde entre los vientos venidos de la mar. El suspiro viaja desde mi ventana, revoloteando como una gaviota que planea, directa a la mar, hasta hundirse como un beso en sus aguas.

De nuevo me planteo si mi vida debe seguir tal y como está, si debo seguir esta forma de vivir tan contemplativa, falta de acción, tan pasiva como hasta ahora. Sé por experiencia que no soy igual que los demás, mi pasión no es divertirme por las noches emborrachándome en un botellón. Mi pasión es la mar, navegar por aguas desconocidas, sentir el contacto de esas pequeñas gotas de agua de una ola que mi navío rompe sobre mi piel.

Me imagino a mi mismo sobre la cubierta de un enorme barco yendo de acá para allá, tal vez sin rumbo fijo, tal vez a una rémora tierra, un nuevo mundo que nadie antes haya pisado. Quizás la telemática no guarde mucha relación con la náutica, pero qué culpa tengo yo de que el corazón no se rinda a los poderes del deber.

Respiro hondo dejando que el olor de la sal entrará en mis pulmones y los purificara. Mientras pienso en la cantidad de gente que cree que conoce la mar tan sólo por ir a la playa sin conocer el verdadero interior de este amor mío.


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