Romance de la Luna y el Sol

Aquesta historia refiérese al romance de Don Diego, apodado el fiero por el furor que ha este noble caballero en combate, los miles de herejes que había e los infortunios que halló en el camino.

Don Diego partía a la batalla, la Guerra Santa le esperaba. En el camino a la contienda, presentaba sus plegarias a su fiel y devota Santa María, que velara por él, por su lucha e le mantuviera con vida para casarse, con una moza de la que apenas había oído hablar, en su retorno. Cada paso que daba los acercaba más y más a los reinos de Granada, mas el miedo no habitaba en su alma. No obstante Don Diego desconocía a qué se enfrentaba.

La tropa que Don Nuño lideraba avanzaba a raudo paso por la espesura de un bosque, cuando por sorpresa, una horda de moros los atacaron cual bestias sin moral cristiana alguna, mas tan fuertes eran los templarios como la fe en Dios, nuestro señor, han. Los herejes derrotaron fueron con bravía e tomaron prisioneros para convertirlos en las nobles tierras de Castilla. En su paso, saquearon y tomaron más cautivos de los pueblos por los que andaban.

Mas para la mala estrella e desgracia del paupérrimo Don Diego, de entre los infieles iba una joven que con un velo su rostro ocultaba. Cuando llegaron a Castilla su desgracia fue en aumento, pues el corazón de Don Diego comenzó a latir de otra forma al contemplar los penetrantes ojos de aquella joven mora, parecía coetánea suya.

En la clandestinidad de la noche Don Diego acércase a la celda do estaba la joven  musulmana custodiada. 

–Dios me bendiga, pues tú no has de ser mora, tu belleza es inigualable.

La moza lo mira con superioridad, pensando en la incultura de aquel hombre. Consentir no quería que el asesino de su pueblo la cortejara. Mas si ella era hermosa, más lo eran las palabras del joven caballero, los cuentos de fantasía que contaba e las hazañas que trovaba. Poco a poco encontrábanse abrazados, bañados por la luz de la Luna. «Libérame» decía ella con melancólicos ojos. «Fúgate conmigo» mas ella niégale la ofrenda, no obstante, acaba concediéndole aquese honor.

A lomos del  su noble corcel, Don Diego y su amada huyen por los anchos campos de Castilla, de sus vidas, condenadas ambas, pues Don Diego rehusaba casarse con aquella a la que no amaba, e la bella muchacha que amaba debía huir con él, convertirse a su religión si deseaba seguir preservando la vida, y tal vez con el tiempo, acabara queriéndole.

Mas el destino es caprichoso, y en un alto en la senda, Don Diego pidió encarecidamente que desvelara su rostro, pero negativa fue la respuesta. El caballero no quiso ceder en su empeño, y a la luz de la luna sus labios se juntaron y el velo de la joven mora cayó al suelo. Don Diego quedó completamente maravillado ante tal hermosura que palabra alguna salió de su boca.

En aquel alto en el camino reposaron Don Diego y su amada. Ella permanecía despierta velando al caballero, encontrábase libre de ataduras e podía huir do quiera que ella quisiera, mas logró ver la bondad en el corazón del guerrero, contempló mientras dormía que al comienzo del día se levantó otro hombre al que aquella taciturna noche reposaba en silencio junto a la joven mora.



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