El titiritero

Una alegre música en una plaza hecha por completo de piedras abre el telón de un pequeño escenario. Tras él, un anciano de pelo cano, sosteniendo una chistera negra con una cinta roja, tiene una sonrisa dibujada en el rostro bajo un pulcro y cuidado bigote, siempre vestido con un elegante traje negro, corbata roja y camisa de rayas.

Un hombre muy digno y honorable es el que se oculta tras el pequeño escenario, dándole vida a una antigua radio que empieza a sonar una alegre música que abren el telón de un diminuto escenario, mostrando una clásica cocina con una ventana dando a un campo verde con paja atada en forma rectangular dispuesta por doquier. Una cortina de cuadros rojos y blancos está recogida en los dos extremos de la ventana. 

El fondo parecía haber sido pintado con cariñoso detalle, los tonos cálidos amarillos resaltan un ambiente agradable dentro de un mundo sencillo, carente de cualquier clase de problemas salvo los que los propios personajes crean de modo surrealista, y de manera mágica resuelven felizmente. El realismo con el que la cocina está pintada inspira un sitio hogareño donde se augura que habrá buena cocina.

El simpático hombre hace entrar en escena sus primeros títeres, una mujer metida en carnes, con el pelo recogido en un moño en la nuca y un vestido que se asemejaba bastante a la cortina de la cocina y llevaba una diminuta cuchara de madera. Le acompañaba un hombre de constitución fuerte y cara simpática, poco pelo rizado en la cabeza, parecía un hombre de campo. El detalle de ambas marionetas es exquisito, y con botes a ritmo de música dan comienzo a la comedia.

La plaza de aquel pueblo comienza a llenarse de niños que, quizás por obra del destino, se ordenaban por edad, los más pequeños no dudaban en sentarse lo más cerca posible de las marionetas, tanto que casi podían tocarlas, y más de uno lo intenta, pero se llevaba la riña de la marioneta de la madre, que meneaba su cuchara de madera mientras hablaba. Los niños "mayores" detrás, en la retaguardia se quedaban los adolescentes, y ancianos del pueblo. 

Aquel viejo titiritero arrancaba las risas del público con sus marionetas dicharacheras, a todos les recordaban aquellas escenas situaciones vividas en sus vidas diarias. La cocina y la madre es la piedra angular de la comedia, esa cocina donde tantas historias se han vivido, que tantos secretos guarda entre guiso y guiso. Aquel buen hombre quería representar la vida misma, la vida cotidiana, y nada mejor que una cocina.

Aquel simpático matrimonio de títeres tenía unos hijos extrovertidos que les gustaba interactuar con el público haciendo apartes, quejándose de las tareas que la madre les encomendaba. En una de las escenas la madre le dice al padre que algún día podría cocinar él, a lo que le respondía: "Imposible, ¡¡si nada más es agarrar la sartén y ya me dirías que me fuera al campo que es lo mío!!". Reflejaba un hombre tranquilo y en paz, quizás un reflejo del propio titiritero.

"La comedia è finita" anuncia el anciano titiritero cuando se baja el telón. El público se alza en pie y arde en aplausos, vuelve a abrir el telón y todos los personajes hacen su reverencia final. Vuelve a caer, pero esta vez para no volverse a abrir, y tras este sale, con una sonrisa bajo el pulcro bigote cano, el anciano titiritero que hace su reverencia haciendo que el público aplauda apasionadamente al ver a un hombre bueno que les ha hecho pasar un momento mágico tan sólo con sus marionetas.  

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