Ridi, pagliaccio
Salía de aquel lugar, en el que había entrado con un leve espasmo, con un intermitente pitido que se clavaba en mi tímpano y era capaz de atravesar cualquier barrera onírica. Odiaba ese sonido tan rutinario, pero poco a poco había acabado por acostumbrarme a él y apenas reparaba en él. Sólo un pensamiento englobaba mi mente. Potencial.
De nuevo amanecía un nuevo día, que parecía avanzar a toda prisa con tal de quitarme la oportunidad de llegar temprano adónde fuera que tuviese que ir. Desayuno, el pan, el café, ¡con cuidado, que quema! El potencial seguía inundando mi mente. Y es que aquel día aún no estaba escrito, no creo en el destino, sino en el potencial, el día tiene un no-ser que se manifiesta como la probabilidad de algo, decantada hacia un lado u otro de la balanza del bien y del mal. Y que vaya bien depende de mi.
Las posibilidades de ser un buen día iban en aumento, conforme arrancaba el coche… y me salía de la rutina. Avanzaba por una carretera muy poco transitada, y apenas se vislumbraban los primeros rayos de sol. A ambos lados de la carretera muros de piedras que cercaban dos fincas separadas, que le daban cierto encanto a la carretera, cubierta parcialmente por la copa de los árboles. La carretera no tenía salida, desembocaba en un enorme lago, y allí aparqué.
Bajé del coche dejando escapar el vaho de mi interior. El paisaje lo conformaban montañas, al fondo, que eran reflejadas en el lago, que parecían arder con la cálida luz de la mañana, el olor a tierra mojada se hacía omnipresente y, aunque el frío calaba los huesos, bien lo merecía. Me cubría mi un manto de hojas, teñidas de los colores del otoño, a las que el sol no había llegado todavía, y junto al tronco de un sauce, una canoa.
Aquella canoa parecía estar invitándome a montar en ella. Un remo reposaba sobre ella, y fue lo que me hizo preguntarme por qué no hacerlo. La empujé hacia el agua y de un salto me introduje en ella. El remo se metía en el agua con total facilidad y deslizaba la canoa sobre el agua como si estuviera volando por el aire, tranquila y serena. Apenas llegaban a las diez de la mañana, y yo, en medio del lago, ya sentía una paz interior inigualable, gracias al taciturno paisaje.
Soñando despierto, ese sentimiento que muchas veces me veo obligado a reprimir por centrarme en una realidad que no tenía ninguna certeza que fuera lo más mínimo importante, sino solamente "lo que hay que hacer" y punto, ahora podía hacerlo, era libre de pensar, de divagar, de perderme en mareas de pensamientos filosóficos, o desactivar mi mente, disfrutando de este momento de aparte, en el que no hay ningún papel que seguir, ningún guión ya escrito que me obligara a hacer algo o dejar de hacerlo.
La canoa avanzaba lentamente y el sol subía iluminando todo el lago, el cielo se encontraba totalmente despejado, ninguna nube, lo que me hacía pensar en que lo bueno está en el camino, en disfrutar de las pequeñas cosas que brinda la vida, y lo malo, simplemente, queda atrás, con un riesgo inminente de caer en el olvido. Los tonos cálidos del otoño me recordaban a aquellos buenos momentos pasados en casa, los amarillos y su alegría, los naranjas y su calidez, los rojos y su pasión por vivir la vida.
En esta comedia de la vida, en la cual cada uno desempeñamos nuestro papel, un guión no escrito. Yo no sé los otros, pero tan sólo estoy improvisando. La comedia non è finita.
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