Invasión del verde

Un túnel de vegetación alternaba entre la luz y la sombra el camino. La humedad calaba mis huesos, tenía frío y podía escuchar el murmullo del agua fluir muy cerca de mi. Recorría el túnel en el único sentido que tenía, esquivando todos los obstáculos del camino. A lo lejos se pudo oír un cuerno sonar.

Al salir del túnel me sentí inmediatamente libre, ante mi se hallaba un gran valle, entre edificios que antaño sirvieron como viviendas y hoy sólo son el fuerte respaldo de enredaderas y grandes árboles que luchan por llevarse la máxima cantidad de luz posible. Me volví para mirar aquel túnel. Si por ahí pasó algún día una carretera, hoy sólo es un pasto de malas hierbas que salen entre las enormes grietas del asfalto. 

El cielo estaba cubierto por completo. Las nubes avanzaban a una velocidad vertiginosa por encima de los edificios. Desconocía si llovería, y el viento se clavaba en mi cuerpo gélidamente. El cuerno volvía a sonar. Miré a mi alderredor, aterrado, preguntándome en cada momento qué era ese monstruoso sonido, de dónde venía, pues a mi me parecía tan omnipresente como aterrador. Algo en mi me decía que era peligroso y debía esconderme. Quitarme del medio parecía la opción más sensata.   

El instinto quería mover mis piernas y ocultarme tras los edificios, algunos de ellos ya vencidos por la fuerza de la naturalezas, otros muchos aún en pie. Corrí por aquella carretera, saltando todas las grietas, por donde podía pasar sin acabar con demasiadas magulladuras debido a las zarzas que entre ellas brotaban. Pasé junto a un cartel que indicaba el nombre de la ciudad que apenas se podía leer, entre la antigüedad del mismo y la maleza que lo devoraba. 

Me detuve en seco al ver la línea del horizonte de aquella ciudad. Sabía dónde estaba, sabía qué ciudad era aquella, ya había estado allí, pero parecía que habían pasado eones desde la última vez que estuve. Cuando estuve aún conservaba el nombre de ciudad, la gente habitaba en ella, y estaba en plena prosperidad, ¿qué había pasado? ¿Por qué se encontraba en este estado. Pasé el puente que solía cruzar a diario, el agua del río bajo este lucía aspecto de ciénaga.

Todo estaba tan descuidado y sin rastro alguno de civilización, tan diferente a como yo lo recordaba. Una emoción recorrió mi cuerpo, me estremecía mientras buscaba un lugar donde esconderme. Pero volví a detenerme en seco. No iba a huir, no iba a esconderme en ningún lugar. Quizás en un pensamiento kamikaze, me di la vuelta y miré a las montañas, de donde parecía que venía aquel intermitente sonido del cuerno vikingo. Nada malo me puede hacer ese sonido.

Un enorme trueno retumbó. El verde grisáceo del paisaje hacía que la naturaleza cobrara mayor presencia en un sitio en la que ya se había hecho omnipresente, demostrando su inmenso poder. El azul había desaparecido, el rojo había apagado su pasión, la alegría del amarillo se había desvanecido, la calidez del naranja, enfriado. El verde, sólo el verde que se había aliado con el negro y el gris, levantando su ira contra quien un día lo utilizó en su provecho. 

El cuerno se clavaba en mi oído como si fuera una espina en el alma. La civilización ha sido devastada por la naturaleza. No sé cómo llegué aquí, pero sé que no estoy sólo, pues alguien tiene que estar tocando aquel cuerno. No sé cómo la naturaleza ha acabado recuperando el terreno que un día le invadimos, pero sé que nos merecemos este destino, pues hemos abusado de ella.


Comentarios

más leídas