La boca del lobo
Desde lo alto de la montaña, junto al acantilado, donde todos en el valle pueden verlo, el lobo alza su cabeza al cielo nocturno, mientras sus orejas retrocedían y un largo aullido aterrador que acongojó a todo el valle que bajo sus patas convivía. Un aullido de los muchos que a su luna le dedicaba.
Tan peligrosa como él mismo quisiera, unos colmillos tan grandes que podrían desgarrar la carne a pedazos, y sabía muy bien usarlos, con una dentadura como esa pocos deberían alzar la voz en su contra como muchos lo hacen. Si este lobo no tuviera tanta paciencia, cuántos andarían faltos de una extremidad o pedazo del cuerpo. Su aullido era el sonido más potente que de su boca salía, y se hacía respetar con él.
Él no era como otros animales, que cacarean opiniones sin sentido y sin cesar, relinchan narcisistas lo fantásticos que son, o maúllan que todo lo saben sin apenas saber algo. Es un animal callado y silencioso, no temeroso, no necesita huir de nadie. No obstante, la boca no sólo ha servido para imponer respeto o desgarrar la carne de su oponente con una idea que quebranta los esquema de toda una ideología asentada. Una faceta que nadie parecía conocer, y es que de la boca salen también los besos más sinceros.
Besos en la mejilla, frente, el cuello, o sobre los labios. Cuando se juntan dos labios pueden decir tantas cosas como un beso corto y discreto, tímido y algo coqueto. Tan largos como toda una puesta de sol esperando a la venida del crepúsculo sobre la arena de la playa, demostrando el amor que se tiene una pareja el uno al otro, sin nada que ocultar, completamente sincero que cuando nos queremos dar cuenta, el sol ya se ha puesto.
Aquellos besos tiernos y llenos de dulzura, jamás aguantados por los que nos rodean, que en sí demuestran tanto pero a la vez se quedan tan cortos de los que un sentimiento puede abarcar. O besos llenos de pasión, alborotadores públicos de dulces ancianitas no acostumbradas a tan lasciva manifestación de amor, que levantan el sudor en las pieles de los dos amantes mientras se poseen el uno al otro.
Pero hace tiempo se ve como un beso se convierte en un mero premio, una meta que alcanzar, el motivo de apuestas, una infravaloración gigantesca del incalculable sentido que un beso puede llegar a alcanzar. El beso que se transforma, de manera muy triste, en un simple lío entre dos personas que apenas sienten algo el uno por el otro. ¿Qué diría Vicente Aleixandre ante tal profanación de lo que en muchos de sus poemas describía con tanta sensibilidad?
Todos esos besos hipócritas que al saludar hay que darle por compromiso a aquel que no merece ni siquiera un hola, ni el más simple gesto de cariño. De la boca salen las más grandes falsedades, los besos más fríos y deshonestos, más crueles que las palabras más hirientes, es lo mismo que un triste halago con doble sentido. Tanto valor el que se ha perdido en un gesto de cariño, tanto pareció perderse cuando se confundieron con una expresión de lujuria, quedando prohibidos públicamente.
De los miles de tipos de besos que de los labios salen, los mejores son los que, perfumados con el dulce aroma del amor, se dan con sinceridad, aquellos que no son de otra persona, de los que no se venden, no sirven para ganar una fría apuesta, no son un simple premio. Cambiaría cientos, miles, millones de los besos hipócritas por tan sólo un beso tuyo. Un beso de los inmortales, que se graban a fuego en la memoria, de los que te dejan con ganas de volver a entrar en la boca del lobo.
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