Bandolero
Navegante sin estrellas, caminante sin camino, pirata en la tierra, el bohemio sin descanso, el ladrón hecho santo, un justiciero sin su máscara, cuerdo sin cordura, sin más tierra que la que sus pies marcan y sin más madre que la nuestra Andalucía.
Dice el séptimo mandamiento que queda completamente prohibido robar, birlar o adueñarse de objetos o parné ajeno, algo que va muy conjunto con el décimo mandamiento, no codiciarás bienes ajenos, y ese lo veo bien. Pero ¿no es más ladrón el que aquel que tiene y no es suyo, aquel que usurpa del pobre para aumentar sus riquezas, más que el pobre que roba para subsistir? ¿No es peor no actuar ante las injusticias que robar un pedazo de pan que llevarse a la boca?
Por tomar la justicia por mi mano, por tomar las medidas que nadie ha tomado con la excusa de que está en proceso, se está tramitando o que investigan el asesinato de Julio César, a estas alturas. Me llaman Robin Hood, pero permítanme que les contraste ese injusto pseudónimo, pues es aquel ficticio personaje quien se asemeja al bandolero andaluz y no los andaluces a un cuento inglés.
El ladrón roba cosas materiales, pero los que roban al pueblo no sólo se quedaron en lo terrenal, nos quitaron la identidad, la dignidad de un pueblo que alcanzó el esplendor en la historia con los árabes, cuyo verde omeya se refleja, como un homenaje a Al-Andalus, en nuestra bandera, un verde de esperanza, la esperanza que no nos queda, y el blanco de la paz, la paz que nos robaron.
Ese sueño que nos quitan noche tras noche, sabiendo que cuando despierten volverán nuestra pesadilla, pero no piensen que esto es mera justificación de mi oficio, pues se aclara por sí sólo. No me creo un justiciero, porque si lo fuera no quedaba títere con cabeza, no digo que sea el más bueno, pues los pecados los llevo a cuesta y si robo a los ricos es simplemente porque nadie hace nada por mi pueblo, nadie hace nada por los pobres andaluces angustiados esperando a principio de mes para ganarse el jornal.
No necesito máscara, pues soy quién debo ser, no más, la función de ocultarme la realiza el bosque, no es cuestión de llevar doble vida, pues nací bajo el umbral de la pobreza y bajo ese umbral moriré, pues soy más rico que muchos de los adinerados que viven en la ciudad, aquellos que con asco me miran como un perro vagabundo. Nada tengo en contra del que gana su dinero honradamente, no soy partidario de hacerle ningún mal a quién no lo ha hecho, pero sí que es cierto que no somos iguales ante las leyes.
El problema es que el dinero nunca entra honradamente, para desgracia de muchos que soportan la miseria buscando en la basura algo que llevarse a la boca por no perder la dignidad robando el pan, mendigando por la calle unas perras para lograr entrar en un bar y pedirse un simple serranito. Mi navaja y yo nunca nos rebajamos a pedir aquello que nos quitaron, no quiero solidaridad, sino volver a tener lo que es de mi pueblo.
Jamás se me podrá olvidar la cara de aquella mujer anciana de ojos azules intensos mirándome después de ser catada buscando en la basura, a la que le conseguí una bolsa de comida que comía como si fuera el mayor manjar que en su vida su boca probara. Esos fueron los inicios de este pobre bandolero, con tan sólo dieciséis años fui haciendo consciencia de los males de este mundo, de mi mundo, mi Andalucía.
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