Bajo la mar
Como dijo Alberti, “El mar. La mar”, cómo iba a imaginarse el poeta portuense la cantidad de maravillosos secretos que alberga en su interior, misterios que los terrestres, a día de hoy, ni siquiera pueden alcanzar a imaginar, detalles de tal belleza que con tan sólo una mirada en su interior, te hace sentir tan pequeño que en ese momento sientes el corazón latir a ritmo de las olas, ya eres parte de ella.
Desde unos acantilados de una altura vertiginosa, observaba la mar, cómo las olas van, vienen, las algas que se ven en el fondo se mueven a siguiendo el ritmo que la gran directora de orquesta, a lo lejos un pez salta en armonía con todo lo que le rodeaba. Se me venía a la mente todos los secretos que sabía del fuero más interno de la mar, sentía un impulso irracional de volver a adentrarme en ella, que volviera a desvelarme todos sus maravillosos secretos.
Dicen que los humanos no pueden ver su interior directamente con sus ojos desnudos, y es que es un sistema que el cuerpo tiene para sobrevivir, pues miles de marinos han muertos embaucados con la belleza de su interior. Seres de todas las formas imaginables y aún más, colores nunca vistos, seres que desprenden luz, monstruos del abismo que salen a buscar su alimento, que asustan a los más valientes. La mar es rebelde, y todo lo que se le entrega, lo hace suyo y jamás lo devuelve, o no del mismo modo al que se le entregó.
Sin saber, en esa delgada línea, dónde empezaba el cielo y acababa la mar, me zambullí en sus aguas, mientras me mecían como si volviera a mi época de cuna. Las algas del fondo seguían el son tan omnipresente como la sal que la caracteriza. Si alguien supiera lo que siento cuando aquellas plantas acariciaban mi piel, la decoración de aquel paisaje era matizado con un banco de peces que parecía huir de mi cuando sólo competían entre ellos para ver quién nadaba más rápido.
El rosa de unas medusas que cruzan ante mi, moviéndose galanamente por las aguas de esta inmensa mar. Miraba hacia arriba, mientras veía la superficie, siempre oscilante, en continuo cambio, los rayos de sol se filtraban, aquella donde tantos y tantos se quedaban, sin imaginarse que, si ya es bello el exterior, el interior guarda algo que sólo ella sabía, una hermosura sin igual, todo un ecosistema que hasta en las zonas más oscuras se puede encontrar un pequeño y simpático crustáceo.
Una enorme ballena azul se desplaza ondeando su enorme y colosal cuerpo emitiendo ese característico sonido, tan especial como esa espuma que las olas de la mar arrastran, delfines y tiburones bailan al compás de la música producida por la marea. De las rocas del fondo seres casi mitológicos que las habitaban, algunos con cara de pocos amigos y otros bastantes desenfadados. Los corales mostraban todo un abanico de colores cubiertos por el manto azul de la mar.
Las barquitas de la superficie se contagiaban el ritmo y se unían al baile de grandes navíos y bajeles, todos siguiendo la dulce melodía que susurraba el viento. Como si estuviera enmascarado, un catamarán cruza a una velocidad casi ultrasónica la superficie, dejando una estela de espuma. Un enorme petrolero hace sonar la campana del barco, avisando de tempestad a los marineros.
Nadando sentía como si volara, la paz se cernía sobre mi, no quedaba lugar alguno para la duda, la mar era la silueta de una mujer, tan atractiva por fuera como profunda por dentro, no hay lugar para cobardes, con dos caras a mostrar, el sonido de las olas es su dulce voz, las ondulaciones de su superficies, hipnóticas curvas que pueden conducirte a la locura. La marea, el ritmo de su corazón; sus corrientes, aquello que pasa por su cabeza que jamás podremos entender.
Si estas razones parecen pocas para ver en la mar la silueta de una mujer, comprenderé que sólo con palabras no se puede describir a la mar, tan bella como salada.
Comentarios
Publicar un comentario
Me gustaría saber tu opinión sobre esta entrada.