Mi lienzo

Azul… curioso color, a casi todos les gusta. Es un color tranquilo, pacifico, si fuera una persona, sería amigable, un tío con carisma y buen porte. Pues a mi no me hace mucha gracia, para mi es simplemente un color de abulto, necesita combinarse para llegar a ser alguien, quizás, con la mar para poder ser azul marino.

Mi paleta de colores está impecable, cada uno de ellos separados e intactos, dispuestos a formar parte de un cuadro no pintado, un lienzo en blanco que está en potencia de ser una obra de arte, tal vez la mayor del mundo entero, o una perfecta tabla que pueda servir de mesa con un decorado horroroso. Y ahí está, como si me mirara, el color azul, incidiendo sobre mi toda su artificialidad, diciéndome que no es natural, que no lo use.

Pero me habré vuelto loco, pero conseguí verle la belleza a aquella desdichada pintura. No quería que esté fuera un color principal en mi obra, tal vez uno secundario, como… ¡de fondo! Y el blanco se tiñó del color que menos me gustaba, aquello no tenía forma aún, simplemente era un fondo azul, sin nada más. Aquel color no se podría mover ya del fondo del lienzo, pero tampoco podría usarlo mucho más. 

El negro sirvió para hacer el suelo, los árboles algunas siluetas caminando a contra luz, el amarillo con el blanco realzaron la potente figura de un sol atardeciendo. Me gustaba, pero esa idea de tener tanto azul en un atardecer no era muy buena. El naranja fue ganando poco a poco terreno al azul, luego el rosa, hasta dejar a aquel pobre color aislado en la parte superior del lienzo.

El naranja, el amarillo, el rosa, combinados con el blanco fueron apoderándose del cuarto, iban formando figuras extrañas, sin definición alguna. Cogí el negro y dibujaba la sombra a aquellas formas que poblaban el paisaje, empezaban a tomar volumen, formas redondas, curvas. Ahora sí, si son nubes de verdad. Las nubes, que adoptaban cuerpos inimaginables o por el contrario se muestran como animales o cosas, caprichosas como ellas solas, y bellas por donde se las mire.

Me gusta el cielo completamente nublado, las nubes de tormentas, pero las nubes del atardecer para mi son las más bellas de todas, quizás sea por la combinación mágica de colores de un verdadero artista. Esa hermosura que derrocha aquel mar de nubes cuando el sol está lo suficientemente bajo, iluminándolas, parece inigualable por ningún otro elemento de la naturaleza, pero ¿a quién pretendo engañar? Tengo alma de artista y cuando veo algo bonito creo que es lo más bello y hermoso del mundo.

Mi pincel se movía como por artes de magia, iba combinando colores, como el verde, que parecía que no combinaría en aquella obra, ajustándose perfectamente a las formas de las nubes, añadiéndole una bella sensación de profundidad al paisaje que estaba pintando. Al paisaje que me tenía absorto. Volvía a repasar el sol, quizás tan blanco no quedara bien, un toque de amarillo. Me gusta. Me gusta mucho como está quedando.

No tardé más de unos pocos minutos en terminar. Dejé el pincel y la paleta en el pequeño taburete que he usado para pintar, me dirijo a la ventana de aquella buhardilla que es mi estudio de pintura, al abrirla, el frío viento de noviembre entra en mi habitación, mi aliento se convierte en vaho ante tales temperaturas. Pero ante mi se alza majestuoso el sol, dispuesto a ocultarse, diciéndonos «hasta mañana», mientras coloreaba unas nubes idénticas a las que yo había pintado, pero a esa pintura no podía superarla, pues estaba pintada en un maravilloso lienzo vivo que no paraba quieto. 

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