Con permiso y mucho respeto

Con permiso y mucho respeto, he de hacer un inciso, un pequeño alto en esta línea, para tratar un tema que  no me va a ser fácil, algo un tanto peliagudo que sólo espero que no pase desapercibido, que no sea interpretado de forma incorrecta, por eso, si me permiten, hablaré de esas "princesas" de la calle.

Princesas, todo por ellas, las que no hacen nada por nadie, las que buscan al hombre ideal, aquellas que tú nunca les das la talla, siempre hay uno mejor cuando te han "usado" y eso no les ha gustado. Buscando un esclavo, y si no lo encuentran, la sociedad les sirve en su condición de marquesas. Te evalúan, no aceptan un no por respuesta, quieren el camino bien despejado y si tu te desangras, eso qué más da, eres el hombre, por tanto el fuerte, fuerza para su uso personal, que se lo den todo mascado.

Son la carne caliente en un lecho que nadie duerme, al que con un «selfie» premeditado te invitan a probar la manzana prohibida. Andan entre varones, por su condición de guapas de cara pero de alma turbia, que babeen a sus espaldas les encanta. Que las inviten como a damas, que el dinero que es suyo sólo sirve para vestidos y zapatos. Regalos caros, que ellas no son una cualquiera, pero si hay que gritar en medio de la calle perdiendo la compostura, no tendrán ningún remilgo.  

Regueton y fiestas, ser el centro de atención con sus palabras y actos soeces en las discotecas y calles al caer la noche, no profundizan más que quedarse en la cala más superficial de las personas. Yo, humildemente, propongo una cosa a todas estas «princesas» que se ven por las calles al encender las farolas, observad a vuestra abuela. Sí, aquella señora a la que sonreís falsamente hasta que os da el billete con el que podréis ir a comprar más tonterías, ese billete que tanto le costó conseguir para su nieta.

Una dulce señora que ante ti se quita el sombrero, aunque tengas cuatro décadas menos, la que saluda al pasar por la calle y nunca en la vida perderá la exquisita educación que recibió. La que te espera en su casa siempre con un plato lleno de comida de la mejor calidad, porque ¿qué mejor plato que un buen guiso de la abuela? Cómo no se iba a comparar ese olor que desprende su casa cuando los fogones están encendidos, o el olor a leña de la chimenea que sin duda transporta a una infancia, en especial, el día de Navidad, con toda la familia reunida.   

Aquella pobre niña que, recién llegado el siglo XX se vio obligada a dejar el colegio desde muy pequeña para atender a su familia en la necesidad, ayudar en lo que pudiera, y aprender a cocinar cuanto antes para un elevado número de hermanos y hermanas. Desde pequeña ya estaba sola ante el machismo, como una ramita de un árbol ante un viento huracanado. Mientras su mente cambiaba, desplazándose a sí misma a un segundo plano, desviviéndose por el prójimo, adoptaba un tierno carácter familiar.

Siempre pensando en sus hijos, posteriormente en sus nietos y rara vez se dedica tiempo para sí misma. Entre esas palabras amables que siempre de las más profunda y amarga de las penas te sacan y te consuelan, el consejo sabio y discreto que te hace entrar en vereda cuando es más conveniente y alguna que otra regañina por no guardar la compostura en la mesa, esta el amor de una abuela por su nieto.

Viendo todo esto, y, que por una vez ya te tocaba, me pregunto ¿quién es la verdadera princesa de este cuento?

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