La sombra

Al caer la noche, cuando te vas a dormir, aparezco para visitarte, para verte.

La luna comienza a alzarse en el cielo, su luz se cuela por los cristales de la puerta de tu casa, por la ventana de la cocina, el salón y cualquier resquicio que encuentre para filtrarse el rayo de luz de luna. Todos en tu casa duermen y ningún sonido perturba la paz que allí se siente. Paseo por los pasillos, entro en el salón. Tu perro comenzó a llorar al verme, aterrorizado pues no sabe quién soy, qué soy. Pero tú no lo escuchas.

Mientras duermes, en la oscuridad de tu cuarto, me quedo quieto en la puerta, mientras te observo dormida, en paz, justo cuando tu semblante cambia a una profunda intranquilidad y angustia. Notas mi presencia, ahí de pie en tu puerta y te sientes observada aun estando en pleno sueño. Tu respiración es profunda, y aunque refleje cierta inquietud, no dejo de ver en ella una gran paz.

Me acerco lánguidamente a ti, me siento en tu cama, mientras me pregunto en qué estarás soñando. Me gustaría tanto entrar en tu sueño, quizás sea pleno capricho y antojo de mi curiosidad. Una curiosidad que siento por ti que no puedo saciar, pues apenas alcanzo a verte en la oscuridad, y sólo en tus noches estoy presente. Sólo cuando duermes.

Mis dedos rozan la piel de tu costado que la camiseta deja entrever, tu vello entero se pone de punta, sientes frío e inconscientemente agarras la sábana y con ella te tapas hasta el cuello. Pero no te preocupes por mi, no tengo ningún interés sexual, tan sólo curiosidad, curiosidad por ti, por tu sueño. Ese mundo que ni pertenece al tuyo ni al mío, es la marca tuya más propia, en estado más vulnerable.

Me levanto del costado de tu lecho, costosamente me muevo por tu habitación buscando la forma de poder verte la carita de plena paz, pero el aire se me antoja como un denso aceite que me impide avanzar con soltura a la esquina de tu habitación a la que miras. Allí me quedo, quieto e inalterable, pero no puedo evitar fijarme en la preocupación que infunde en tu bello rostro mi oscura presencia.

Me acerco a tu cara, deseando con toda mi “alma”, o lo relativo a lo que sea que quiera que tenga yo por alma, que no te despiertes y veas con tus propios ojos toda la oscuridad de mi semblante. Siento tu respiración, acompasada y serena, con ese resquicio de temor que me hace odiarme a mi mismo. El reloj de tu mesita de noche marca ya las tres y media de la madrugada, tan sólo media hora ha pasado y siento que no ha sido nada contigo.

Vuelvo a la puerta justo cuando te despiertas de golpe, como si te hubieras estado ahogando y ves mi oscura silueta, iluminado por la luz de la luna que entra por la ventana del pasillo, en la puerta observándote, tranquilo como quien contempla la televisión, cierras los ojos, adormilada, y cuando los vuelves a abrir yo ya no estoy. Te convences a ti misma que sólo ha sido un sueño, una pesadilla.


Te pido como un favor personal que no te asustes de mi, que no me tengas miedo, que aunque sólo sea una sombra que viene de otro mundo no te quiero ningún mal. Qué más da lo que yo sea, qué importa qué seas humana, te amo y eso es lo que importa, aunque tú a mi no me conozcas y sólo en tus sueños me halles.


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