La cala de los secretos

Montoncito a montoncito iba formando una montaña aquel chiquillo a la orilla de la mar, mientras a su vera las olas subían y bajaban amenazantes de derrumbar aquella montaña que con tanto esmero estaba formando.

Los acantilados del fondo de aquella pequeña cala, donde el olor a mar se hacía omnipresente, iban reflejando el verde de las plantas más intrépidas que en sus piedras  ocre iban creciendo, mientras estas se alzaban hasta lo más alto, casi rozando con la vegetación que en su cima crecía las grises nubes que encapotaban el cielo. El viento soplaba con cierta reserva, en ocasiones dificultaba al pequeño chiquillo que alzara aquella montaña de arena.

Su cabello se alborotaba cuando una racha de viento peinaba la playa, y aferraba, con las manos llenas de arena, el chaquetón que lo abrigaba del frío invernal que en aquella solitaria playa hacía. Tal vez no pensaba en la reprimenda que le pudiera dar su madre al regresar por estar completamente manchado de arena, o no haberse abrigado lo suficiente, tan sólo pensaba en su montaña, y estudiaba el terreno para coger la mejor arena para su castillo. 

La mar reflejaba un misterioso tono verde oscuro, algún escaso matiz ocre, reflejo de las rocas color cobre que confinaban la pequeña cala, conservando el tono grisáceo que reflejaban de las nubes, la poca luz de sol que de entre las nubes se filtraban aportaban un hermoso brillo entre las olas en su vaivén, y un azul profundo marino que completaba la bella estampa que el pequeño niño podía contemplar desde aquella pequeña cala. Pero no lo hace, se concentra en amasar la arena de la montaña que está haciendo.   

Una ola casi toca la construcción que el crío con tanto afán esta haciendo. Este, que parecía ajeno a todo aquel paisaje se sitúa frente al mar y comienza a a cavar un foso para retener el agua que pudiera llegar y estropear lo que sería un gran castillo de arena del que se sentiría muy orgullos en cuanto acabara. Una ola alcanzó aquel foso y el niño no se molestó en comprobar como su obra se tragaba el agua de la mar, protegiendo así su bonito castillo.

Empezaba el montón de arena a parecerse a lo que sería un castillo, bien parecía que hacía un gran torreón como centro del castillo, conforme iba bajando iba creando los techos de habitaciones que ese castillo, terrazas que el castillo tuviera. Imaginaba como pequeños muñecos hechos de arena podrían habitar ese castillo que estaba en plena formación. Iba el pequeño terminando la forma que tendría su obra de arte, con sus propias manos, fue perfilando todos los detalles que el castillo de arena tendría.

Cada teja, cada ventana y piedra que en su obra de arena la fue dibujando taciturno el pequeño, su expresión era de esfuerzo y dedicación, en donde carencia de distracciones se hacía presente. Las olas de la mar iban chocando con el muro que confinaba la cala con fuerza, pero ninguna de las potentes olas osaba tocar el pequeño pero gran castillo de arena que aquel crío hacía con tanta pasión.


Dio fin a la construcción del castillo de arena el chico. Se siente orgulloso de su castillo, de su obra. Un castillo de exquisito detallismo, sacado de un mundo de imaginación y fantasía que sólo él conoce. Se detiene a contemplarlo durante un momento más y sacudiéndose la arena de su abrigo se da la vuelta y deja a merced de aquella pequeña cala y la mar su más magnifico secreto, en la que desde ese momento sería, para él, la cala de los secretos.

Continuará


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