Mi mundo
Quizás sólo otro desesperado intento de entrada, tal vez la mejor que haya escrito, ¿quién decide eso? Tantas que tengo, muchas triunfan, otras quedas sepultadas en el olvido pese a ser mis favoritas. Inspiración, no me falles como llevas haciéndolo durante en este fatídico día.
De nuevo volvía a bajar al piso de abajo, de nuevo me encontraba en aquel mundo de fantasía. Allí, donde me sentía plenamente cómodo, plenamente yo, donde podía mostrarme tal como soy, sin máscaras ni fachadas, un lugar donde ser uno mismo. Libre de males, de tensiones y agobios, de malas noticias y enemigos de aparición espontánea, sin más normas que preservar la paz y la felicidad de aquel lugar, para mi, sacrosanto.
Esta parte de mi mente donde normalmente bajo en busca de inspiración, donde siempre hay ideas, siempre me reciben con los brazos abiertos, deseosos de que vuelva. En el cual últimamente sólo había encontrado miradas retrógradas hacia un pasado de esplendor, tantas veces que podía caer en la repetición, siempre los mismos temas, no es que sea mi voluntad volver a decir lo mismo con distintas palabras, pero es que la belleza natural de este paisaje es tan único que me detengo fascinado ante él y no consigo avanzar.
Pero esta vez no bajaba en busca de inspiración, no bajaba a por ideas que pudiera convertir en textos escritos, no quería ni mucho menos alcanzar el sosiego que el éxito aporta. Bajé simplemente en busca de refugio, sabía que no había mejor lugar que ese para cobijarme. Arriba la tormenta era tan intensa y la luz tan tenue que resultaba casi imposible poner al mal tiempo la buena cara que el refrán sentencia.
El olor de aquel pequeño mundo, tan a mi, tan personal que apenas podía notar el leve aroma dulce que alcanzaba a oler, sin olvidar el olor salado de la mar. Y esa música… la generadora de todo aquello, cuya fuente no era nada más grande que una radio de bolsillo, era una pequeña cajita de música en la que el Canon de Pachelbel sonaba en conjunto con el sonido omnipresente de las olas, podría decir que transportándome a un lugar mágico, pero sería mentira, pues ya estaba en él.
Apenas escuchaba los truenos del exterior, me encontraba a gusto, estaba bien porque, siendo sincero, me sentía "en casa" más que nunca, ni en el propio edificio que tengo por hogar se podría comparar a aquel lugar donde yo era el dueño, donde no podían entrar ningún intruso, el lugar que muy pocas personas habían llegado a ver, y menos lo habían visto por completo. Podía ser sincero, buscarme a mi mismo, encontrarme, aclarar todo lo que en mi interior causara algún problema, podía respirar hondo, oler aquella fragancia tan natural.
Había en aquel mundo muchísimos muñecos hechos con esparto, que correteaban a sus anchas por aquel lugar, jugaban y se divertían, y me encantaba verlos, contemplar como aquellas creaciones mías disfrutaban aquí abajo, donde podía dar un paseo por una playa en un día nublado que contemplar el azul de los cielos, que caminar por las montañas, hacer cualquier tipo de locura, mientras remitía aquella dura tormenta que castigaba al piso de arriba.
Poco a poco dejé de escuchar los relámpagos y la fuerte de la lluvia ahí arriba, no había fallado al suponer que el piso de abajo me sería un buen refugio contra cualquier mal que me acechara. Fue entonces cuando subí, y contemplé como un enorme cielo azul se había dibujado tras aquella tormenta, un bonito paisaje cuya visibilidad se había visto aumentada.
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