Dibujar un cielo gris

La Luna se oculta, empieza a ocultarse tras las nubes del horizontes dando fin a una larga y húmeda madrugada. Hay que despertarse, pronto, el gallo canta, pero no hay un sol que iluminé su cantar, sólo una densa capa de nubes que parecen soterrar a la Tierra bajo su suave manto. El gallo canta con más fuerzas con la intención de despejar el cielo con su cántico. Pero no lo consigue.

La primera gota cae sobre el estanque creando una onda expansiva que se va haciendo cada vez más grande, perdiendo intensidad a su paso hasta disolverse por completo. Luego otra, hace exactamente lo mismo. Y otra. Y otra más. Miles de gotas empiezan a caer sobre aquel estanque de aguas transparentes. El reflejo de los verdes árboles y otras plantas comienza a hacerse difuso, el lago luce un bello gris, producto del reflejo del cielo, que baila los tonos verdosos de la naturaleza, que es movida por una suave brisa.

No dispongo más que de un sombrero de paja para defenderme de la lluvia, una hermosa lluvia mañanera que despierta al pueblo en una manta de nostalgia y fraternidad. No me importa mojarme, de hecho, agradezco más que nadie esta lluvia, soy de los que consideran la lluvia como un purificador natural del ambiente, son las lágrimas de la propia Tierra, que lejos de ser una emoción triste, sirve de purga para todos los males. Limpiará todos los trapos de los que estoy hecho, y cómo no, dará una fertilidad incomparable al suelo en el que estoy clavado.

Me encanta ver el estanque con el movimiento que le aportan las gotas de lluvia, esas leves vibraciones que me hacen sentir tan bien, que vienen y van. Tan diferente a la quietud del anticiclón, el estático estanque en soleado parece carente de vida, como si sólo fuera un charco de agua más, aunque me decantaría por pensar que este último tiene más vida que el estanque en soleado. Me gusta también la lluvia porque atrae hacia mi a los pájaros que estoy destinado a espantar, pero que vienen en busca de un refugio contra el agua.

La tierra de mi alrededor está al completo cultivada. ¿De qué? qué se yo, sólo trabajo aquí, veinticuatro horas al día, sin salarios, lo único que obtengo es la paz de estar en medio de la nada sin nada en que pensar, nada que me preocupe, ni nada que me angustie. Y los días como hoy, que llueve, ¡y a mares! Soy el espantapájaros más feliz de la Tierra. 

Aunque este suelo sea mi cárcel y mi suerte, soy feliz de ver la lluvia… de poder olerla como nadie nunca la ha olido, esa tierra que al mojarse produce tan agradable olor. Porque cuando llueve todos huyen mientras yo permanezco aquí, atado a estas maderas, sigo crucificado, pero estos palos son mi único esqueleto, gracias a ellos veo el pequeño lago que hay ante mi, gracias a ellos huelo la lluvia y no me sepulta el agua en un pequeño charco. 

Me gusta vivir aquí, me gusta la lluvia. Siento como si el cielo mismo bajara y, tan sólo con estirar la mano pudiera alcanzarlo y volar. Para mi se me hace bastante raro que los humanos esperen la lluvia y la celebren pero no quieran apenas tocarla. La veo tan cargada de vida, tras de ella todo crece, todo florece y su ausencia se nota tanto que todos moriríamos. Quizás sea porque es una purga, y al fin y al cabo es desagradable, si se tienen males, que te los quiten.

¿Qué voy a decir yo? un simple espantapájaros que carece de todo mal, cuya labor es espantar a aquellos que ahora, bajo un cielo gris, se refugian bajo mis brazos, en forma de cruz de la lluvia. No tengo nada más que decir, porque cuando veo la lluvia sobran las palabras.


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