Historia del volador
Cada historia tiene su inicio y su final, aunque esté inconclusa, todos saben que lo tendrá, que no tendrá más remedio que acabar, pues todo lo material tiene un inicio y un fin, pero la historia en sí, la huella que deja tras de sí, es eterna.
Miraba hacia el cielo melancólico, mientras observaba cómo el águila volaba y parecía presumir de su elegante planeo en el cielo más azul, y moría de envidia cuando su silueta se reflejaba en la Luna más brillante, haciéndola más guapa y más hembra de todas las de su género. Imposible no distinguir a aquel águila que volaba más alto que ninguna, casi tocando el sol. Quería volar como ella, alcanza los cielos, tocar la Luna con ella y planear sobre las nubes.
Con ese anhelo en el alma, una noche de Septiembre alcé el vuelo con un globo enorme y colorido que surcaba los cielos, a la vista de todos, todos lo señalaban, iba dejando un rastro tan difícil de quitar, desde que aquel águila salió de aquella habitación oscura. Aún recuerdo aquel giro de 90º grados que encendió el motor. Ese vuelo primero del lobo que en las montañas no paró de encontrarse con ella.
No sé si fue por el eclipse de este primer vuelo, o por cualquier otra razón, los siguientes aparatos con los que volaba se hacían más y más sofisticados, para volar más alto, superar aquella primera vez, pero ninguna tuvo tanto éxito, no podía llegar hasta donde ese globo llegó y ni tan siquiera rozarlo. Tal vez fuera por superar las nubes, donde nadie podía ver realmente hasta dónde llegaba, o quizás porque por la noche todo el mundo duerme y es preferible una nana agradable que una exhibición del más maravilloso de los vuelos.
El águila seguía volando bastante alto, y me costaba más y más alcanzarla, ¿cual era el problema? Todos las máquinas que inventaba para volar, ¿ninguna servía para alcanzarla? Los días pasaban y el águila me invitaba a volar con ella, pero sólo soy un hombre, no consigo volar por mi cuenta. Pero ahí no cesaría mi empeño, seguiría renovarme como fuera, inventar aparatos cada vez más y más grandes, que pudieran llegar más alto que nunca, y alcanzar por fin al águila.
El problema estaba, en parte, en lo complicado de las máquinas, debían ser más simples, más “al alcance de todos”, una idea simple, empezar de cero a crear, y no reinventar lo inventado, que si no funcionaba, no serviría para nada crear en una base defectuosa. Así, una mañana de enero volví a alzar un vuelo magistral que conseguí alcanzarla, y volamos sobre la mar, reflejándonos en sus aguas.
Para mí, ese periodo entre septiembre y enero fue, aéreamente, muy bueno, pero las nubes de tormentas impedían ver el horizonte, y ninguno de mis artefactos tuvo el éxito que yo auguraba. A partir de ese vuelo en la mar, muchos de los vuelos tenían una gran expectación, y me gustaba que la gente esperara estas exhibiciones aéreas, siguiendo el sueño de volar como el águila, aunque a partir de ese día no la vi por los cielos.
Pero un día, ayudado por una magia especial apareció ante mí con su elegante figura blanca por los cielos, pese a que algo en ella parecía cansada de que un simple humano la siguiera como un obseso por los cielos, por su territorio. ¿Eran iguales todos los artefactos con los que volaba? ¿Podía ser que mi ingenio inventor se quedara atascado? Jamás, pues hasta hoy día sigo en pleno vuelo, sigo en renovación, y a estas alturas, ya nadie me puede parar.


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