Castigo
Continuación de “La cosa no pinta muy bien”. (La historia comienza en “Una noche de verano”).
Darwin repasó mentalmente todo lo que le había pasado hasta entonces, se metió en el metro abandonado, se movió se chocó con algo, se encontró con el viejo este, lo soltó en el Infierno y se quedó a darle compañía. Le había dicho que no estaba muerto, pero también que esas pobres almas que ahí residían no sabían que estaban muertas, o vivían en un engaño. Pensar que sólo pasaban por aquí cuando es un viaje sin retorno. Aquel viejo le había engañado, sabía que estaba muerto, y aquel mendigo le había contado la misma perorata que a todos y abandonado a su suerte.
El viejo lo miraba desde el andén y le tendió una mano para subir. Darwin le miraba con odio. Se levantó sólo sin aceptar la ayuda del hombre.
–No estás muerto, Darwin–le dijo el hombre. Darwin se estaba incorporando al andén.
–¿Y dónde está el tren?
–¿El tren? ¡Qué sé yo!–dijo el viejo algo atónito como si fuera normal que se hubiera ido. Darwin estaba completamente desconcertado.
–¿Qué hago aquí?
–Ver con tus propios ojos el fruto de una justicia de verdad, permíteme una pregunta, ¿sabes qué es la justicia?–los ojos claros y sinceros del mendigo se clavaron en los de Darwin, mientras salían de la estación. Darwin se horrorizaba de la miseria que entre las calles había.
–¿Esto es justicia? Estas pobres almas que no saben siquiera que están muertos mientras viven en un infierno. No sé qué es la justicia a ciencia cierta, pero…
–¿En qué te basas para afirmar que no se hace justicia con estas personas?
–¡No se les trata como es debido! ¡No se les trata como personas!
–Eso dices ahora, pero no negarás que no desearías la muerte de–pasó por delante un varón blanco y joven, con el pelo rapado–aquel chico, después de saber que abusó sexualmente de su ex novia cuando lo dejó por ser muy posesivo y en extremo machista, y la mató brutalmente. Apuesto que no querrías saber como–Darwin anduvo unos metro más con el mendigo, dubitativo, antes de que este volviera a hablar–. Lo mejor de todo es que la justicia se hizo la ciega porque su padre era un alto cargo político, y este nunca se arrepintió de hacerlo.
»Aquella de allí–señaló a una chica rubia que se encontraba vomitando en una alcantarilla con las ropas rasgadas–, vendía drogas en los colegios, enganchando y destrozando la vida a miles de inocentes. O ese de ahí–señaló a un moribundo que se encontraba colgado del cuello desde un balcón, cuyo cuello no se había roto y seguía con "vida"–. Banquero, robó más dinero del que te puedas imaginar, culpable de desahucios, pobreza entre los suyos, e incluso suicidios… ahí lo tienes, se ha intentado ahorcar más veces de las que pueda contar, pero no sabe que ya está muerto, de aquí no se puede salir.
–Puede deberse al condicionamiento operante–decía Darwin con horror al ver aquella miseria–, que hayan aprendido a que lo que hacían estaba bien.
–Puede deberse, pero estarás de acuerdo conmigo en que estos sabían lo que hacían, y lo peor es que ninguno se arrepentía de lo que hacía. Esto es justicia, joven, esto es lo que hace que los malvados reciban su castigo, el castigo que todos quieren para ellos, pero nadie se atreve a ver cómo es, considérate afortunado de ver lo que les pasa a asesinos, pederastas, violadores, grandes ladrones, destroza-vidas, y un largo etcétera de mala gente que se alejó del buen camino y jamás quiso regresar a él.
Darwin seguía sin confiar en él, y continuaba en la creencia que había muerto:
–¿Y de qué crimen se me acusa? Si puedo saberlo.
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