Despiértame
Tu olor lo impregnaba todo, luchando contra aquel monstruo que me superaba en tamaño, o eso aparentaba. Su mirada altiva se clavaba en mi como potentes lenguas de fuego, lamiendo y abrasando todo a su paso. No lo me perseguía por necesidad, no iba infundado el terror por doquier porque su vida dependiera de ello, en su mirada sólo había placer, el goce de ver sufrir a un inocente.
Sudaba mucho, y mis manos intentaban aferrarse al colchón como si les fuera la vida en ello, mi cabeza se ladeaba de un lado a otro y gemía como un pobre animal al que maltratan. No podía abrir los ojos, me encontraba en un sueño demasiado profundo y demasiado realista. Un sueño demasiado terrorífico para considerarse como tal, no me tocaba despertarme, y eso era lo peor, no podía saber si estaba dormido o despierto, la realidad y la fantasía son el mismo concepto en el más profundo de los mundos oníricos.
Me perseguía, no tenía cara definida, su enorme traje negro lo encapuchaba y su cabeza, o lo que se veía tras la capucha, tenía más similitud a la tela de un saco de tela con tres agujeros hechos en él, correspondiendo dos de ellos a los "ojos", que rebosaban en ese vacío el más puro y repugnante placer de verme sufrir, y el tercero de los orificios dejaba ver la negrura de una "boca" que bien tenía la forma de El grito de Munch. Aquella cosa flotaba en el aire, su vestido negro no rozaba el suelo, y, seguido de mis instintos, huía de él, y este a su vez me perseguía, cada vez más de cerca.
Mi respiración se tornaba pesada, y sentía mi mejilla húmeda, una lágrima había resbalado por ella y me quedaba sin aire, me estaba asfixiando entre las suaves sábanas blancas que, lejos de proteger del frío empezaban a pesar como si estuvieran hechas de acero, alejando al frío hasta el inframundo en el que estaba ahora mi consciencia. Allí abajo tenía mucho frío, pero en mi cama el calor se apoderaba de mi haciéndome sudar amargamente.
En aquella oscura habitación donde se encontraba aquella bestia el miedo paralizó mis piernas, que se negaban a responder a las órdenes directas de mi cerebro. ¿Debería suplicar que me dejara en paz? ¿Que no me hiciera nada?¿Que no merezco semejante castigo porque no he sido “tan” malo? ¡Qué sabía yo de la maldad! La tenue luz que iluminaba la habitación cambiaba de forma intermitente entre rojo sangriento y azul frío. Mis piernas fallaron y caí al suelo sin remedio.
Aquel espectro diabólico tenía mayor presencia y parecía mucho más grande visto desde el suelo. Torció su cintura para acercar su cara a mi. Me miraba desde esos agujeros que tenía por ojos mientras que el saco que tenía por cabeza se movía en un vaivén borroso, como si se tratara de un globo al que se le está yendo el aire por los tres orificios que tenía. Podía ver a través de esos “ojos” la negrura más profunda que jamás había visto.
El monstruo me miraba fijamente, pero no hacía nada, sólo me observaba, como si tuviera curiosidad de mi, en general, no obstante seguía infundiendo en mi ese pavor que bloqueaba por completo mis movimientos, y me hacía sentir más y más pequeño. No había compasión en su mirada, no había ningún atisbo de humanidad en él. Toda su túnica negra se movía como si una corriente de aire la meciera.
Todo aquel mundo empezó a verse como un terremoto que lo iba destruyendo todo. Aquel monstruo miró de un lado a otro, aterrorizado. Supe lo que pasaba en cuanto abrí los ojos y te encontré frente a mi, con una sonrisa, y una mirada que expresaba “ya pasó todo”. He tenido una pesadilla horrible, despiértame que tengo miedo.
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