Una amante secreta
Un complejo mecanismo de engranajes que es movido por un diminuto motor, al que ni se escucha funcionar, alimentado por la energía química de una pila, haciendo que la hora nunca esté retrasada ni un sólo mili-segundo, el reloj se mantiene al pie del cañón, haciendo creer a todo aquel que lo posea, que con el se posee el tiempo.
Trescientos sesenta y cinco grados son los que recorre la aguja pequeña del reloj cuando tan sólo han pasado doce horas, ni siquiera un día entero. O bien se demora y no quiere avanzar o, intentando recuperar el tiempo perdido, comienza a avanzar rápidamente, sin que nadie sé de cuenta. Los momentos melancólicos se desliza como la mar en calma y en los alegres, felices no importa cuanto pase, que es como si este no hubiera transcurrido.
Un tiempo que pasó tan lento como sólo él sabe visto retrógradamente parece tan rápido. Cualquier periodo temporal pasado observado desde el presente no es más que un mero segundo, un instante de pensamientos que no pasa, sólo un recuerdo que no volverá, para bien o para mal. Ese momento que desde que lo vivimos cambió algo en nosotros, nos hizo hacer lo que, con exactitud, somos hoy día por minúsculo que sea el cambio, dándole un sentido a cada día de existencia.
Tiempos trascendentales, tiempos muy banales, que componen nuestra vida mientras esta pasa a velocidad de vértigo, cuando nos damos cuenta que somos la sombra de aquello vivido, cuando nos colman más los recuerdos que las ambiciones, donde pudiera darse la sensación de que nada pasa, todo queda como si el tiempo se hubiera detenido, no hay cabida para la luz, han día nublado sin el sol de la vida. ¿No empiezas a pensar que tanta comodidad y rutina no es tan buena como originariamente se planteó? Es el momento que un grito dentro de ti quiere romper el silencio.
Un día cualquiera de los que podían no haber pasado y seguir la vida igual, uno de los días vegetativos que sabes con certeza que se volverá a repetir en contra de tu voluntad es cuando abres la puerta, te escapas de tu propia casa, dejando tu vida atrás, sustituirla por otra que no tienes, otra vida irreal que en cierto modo, te hace feliz a ritmo de percusión y guitarra. Tarareando una emotiva canción sigues tu camino hacia la evasión, alejándote todo lo que puedas de tu vida real.
Es entonces cuando la ves, tu vida pasa a ser a todo color, y aunque llueva, todo se tiñe de unas tonalidades especiales. Si dicen que la vida son dos días, y uno de ellos está lloviendo, lo contrasto con otra afirmación popular, hay que aprender a bailar bajo la lluvia. Tu alma se evade fundiéndose con esa amante de cuya existencia pocos conocen y en tantos momentos te ha servido de apoyo, y en tantos otros ha revalidado una de tus alegrías. Las palabras se transforman en una suave poesía.
Tan pasional como el fuego o serena como la tierra, tan alegre como la brisa de un día soleado o melancólica como la lluvia, tan emotiva como el agua, sólo ella es tan polifacética que nunca encontrarás nada como ella. Tan antigua como la humanidad misma, tan moderna como sólo ella sabe progresar y reconvertirse como si de un ave fénix, que resurge de sus cenizas continuamente. Ella es inmortal.
Todos hemos caído en sus redes, y no sólo en una ocasión puntual, puede que hasta varias veces al día salgas a su encuentro. Te llama con un suspiro, te espera lista para actuar, para hacerte sentir mejor, huir de tu mundo, de tus problemas, de ti mismo. Siempre esperando a que te pongas los auriculares y le des al play.
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