La madre que me parió
Si nunca te escribí no puedo negarte que no fue por vergüenza, que agaché la cabeza cuando alguien descubría mi procedencia e intentaba camuflarme con otro acento, no seré el mejor de tus hijos, pues, para tu desgracia, en todas tus fiestas te encuentras con mi ausencia. Quizás hermanos míos sean más merecedores de tu afecto, pero esa no es razón para no escribirte algún requiebro.
Verde en el río, azul en el cielo, carmesí en la bandera, un histórico escudo que grita que el mundo es suyo, ese lema de doble sentido que canta tu fidelidad, esa torre que es de oro fino, y su tímida hermana de la plata que remonta a un tiempo pasado, el paseo La Palmera y el parque Maria Luisa coronado con la Plaza de España, donde el tiempo se detiene en ese mundo de fantasía, esa enorme catedral que con orgullo lleva el nombre de Santa María, apuntando al cielo una enorme Giralda, su moderna hija, tantas veces negada por muchos, la magnifica Pelli.
Esos coches de caballo, esos ojos de la hembra que florece en primavera entre abanicos de una feria. El azahar en el patio de los naranjos, el Alcazar digno de reyes, el Callejón del Agua, donde el tiempo retrocede en un barrio que porta el nombre de Santa Cruz. Una plaza de toros ovalada, tan polémica como artística, y ese Maestranza rebosando dramatismo. Tu cara tan bonita como Triana quiera lucirse, esa calle Betis de las mejores vistas, pero con cristales de botella en el suelo, donde la decadencia humana se junta por las noches.
Esos restos de esplendor de un pasado cercano, esa Cartuja entre dos ríos que llora porque nadie la quiere cuidar. Ese Alamillo perdido en tu norte, el V Centenario en tu sur, La estación de Santa Justa que a todos sitios llega. Ese aeropuerto menudo, de un área muy restringida. Esa plaza San Francisco, con ese ayuntamiento historico, donde ni un alcalde ha gobernado. Esa Plaza Nueva, llena de puestecillos, plaza el Salvador llena de todos en verano. Ese Costurero de la Reina en la glorieta de los Marineros con una fuente que ya no funciona. Esa virgen Macarena que llora al ver al Nazareno.
Si caí en el tópico de juzgar la parte por el todo, de creer que todos mis hermanos eran iguales, y aunque algunos pasen su vida arrastrándose por un poco del mísero alcohol, y vendan su alma por conseguir algo de droga que les enajene. La de los veletas al son de la música que más fuerte suene, la de los rancios más profundos que lucharán, intolerantes a otras formas de pensar, por sus tradiciones sin llegar nunca a comprender que hay personas, como yo, que no le gustan esas tradiciones, pero jamás moverán un dedo por quitarlas del medio.
Y nunca podré negarte que muchas otras me enamoraron, y mi corazón fue camelado por una norteña, incluso por tus hermanas, me quedé prendado de Galicia y sus místicos bosques, Asturias y esos mágicos parajes que no tienen igual en el mundo entero, Cantabria, tierra que le da nombre a un mar entero, de la playa de la Concha de San Sebastian, de las grandes montañas de los Pirineos aragonés y catalán.
Y no me llames traicionero por haberme enamorado de tus hermanas, la mágica y siempre sorprendente Granada, que te envuelve en un tiempo pasado en sus barrios con vistas a la Alhambra, de Jaén y sus inmensos campos de olivos donde el mejor aceite se recolecta, de Málaga y sus impresionantes playas de vista al Mediterráneo y su carácter tan desenfadado, de esa bella Caleta que la vieja Cadiz guarda en sí, a la que tanto han cantado, a la que no queda más nada que añadir. No me llames traicionero, porque aunque me haya enamorado de otras, tú siempre serás la madre que me parió, Sevilla, y esa sólo hay una.
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