Un tempranero pregón

El sol todavía no se había asomado por el horizonte mientras el motor de esta vieja furgoneta seguía rugiendo, luchando contra el frío, las pendientes y las miles de curvas que la carretera de montaña entrañaba. Un pequeño pueblecito comenzó a dejarse ver de entre las montañas, aquella era una preciosa estampa de casitas de piedra con tejados de pizarra negros. 

Situado en el centro de la plaza paré el motor, mientras deseaba haber visto ese bello pueblo en invierno, cuando estuviese completamente nevado. Siete y media, ya faltaba poco para el alba, con algo de esfuerzo me fui a la parte de atrás de la camioneta, donde tenía toda la mercancía por vender aquella jornada. Recordaba, no sin cierta molestia aquel pregón por las calles de su barrio natal avisando la llegada del tapicero, el frutero, o cualquier otro vendedor ambulante, cuya lengua era tan simple que dolían los oídos.

Soñando despierto me di cuenta que ya era hora de abrir la ventana de la furgoneta y comenzar la venta diaria. Salí de ella y empecé a preparar el pregón de aquella mañana. La pequeña plaza central del pueblecito, hecha en su totalidad de piedras, rebosaba alegría con flores de todo tipo de colores, que combinaban con la gran gama cromática de mi vehículo y a mi extravagante gabardina naranja. Un suave olor a madera quemada en una chimenea, junto a pan recién hecho deleitaban mis fosas natales, en aquel pueblo, hasta el canto de los pájaros parecía más agradable que en ningún otro lugar que haya visitado.

«¡Buenos días! Señoras, señores, buenos días, ¡niñas y niños! ¡Jóvenes de todas las edades! Abran sus ventanas, balcones, puertas, dejen que la bella luz del alba entre en sus hogares, los llene de alegría. Dejen que el fresco aire de este nuevo día tan bello que la luna dio a luz entre en sus pulmones, abran sus sentidos, escuchen con atención a este viejo buhonero que llegó a este hermoso pueblo a venderle lo mejor de este mundo, los mayores tesoros ocultos por los siete mares, las reliquias más codiciadas por emperadores y reyes, lo traigo en el furgón para dárselo a usted con muchísimo gusto.

»Acérquense sin aguardar un segundo, aquí dentro tengo los mejores elixires, hierbas curativas, ungüentos milagrosos. ¡Precios por las nubes! A miles de personas le cambió la vida tras el paso de esta alegre furgoneta. Acérquense, y comprobarán por ustedes mismos la calidad de nuestros productos. ¡Remedios para calvicie, males de amores, curamos las depresiones, remedios para fertilidad a todo el que lo necesite¡ ¡La luna en venta! ¡Lo que usted quiso y nunca tuvo! ¡Aquí dentro lo tenemos!» 

Mi pregón comenzó a atraer a todo tipo de personas de aquel pueblecito hermoso, los cuales miraban con verdadero interés todos y cada uno de los productos, bastante atraídos por el precio de los mismos. Cada billete, cada moneda que cogía me pesaba en el alma, pero debía vivir de alguna manera, y qué mejor manera que vendiendo todo tipo de sueños de ilusiones. A todos y cada una de las personas que compraban cualquier articulo con un brillo especial en los ojos le dedicaba una breve, pero agradable frase que le hiciera reflexionar sobre lo bello que es vivir, siempre acompañada de una sonrisa sincera.

Una baratija, un «Usted brilla más que esta joya», un elixir, un «Le hará más feliz, pero no se olvide de sonreír», un «Su mayor poder es amar, traerá la felicidad», un «El mejor sentimiento es sentirle cerca». Mi intención nunca es engañar a nadie, no es llevarme el mayor número de billetes, ni más beneficio que el que me da, interiormente, la sonrisa de mis clientes. Todo lo que digo sale del corazón directamente, buscando incidir directamente en el de aquel al que va dirigido.


Yo no soy un simple buhonero, no soy cualquier vendedor ambulante, pues yo vendo sueños, vendo ilusiones, felicidad, un mundo nuevo, donde se valoren los sentimientos, donde cada persona es especial por lo que es, no por lo que tiene. Quizás sólo sea un viejo loco y utopista, pero si soñar es tan barato aportaré mi pequeño granito de arena, moveré mi furgoneta hasta el siguen pueblo hasta llegar a todo el mundo. No les diremos adiós, pues un hasta luego deja mucho mejor sabor de boca ¡Y a soñar!


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