Fiel compañero
De nuevo me encuentro frente al papel, en busca de la entrada perfecta, que llegue al fondo del alma, siguiendo al pie del cañón como desde aquella Navidad en la que empezó esta locura. Aún sabiendo que esta entrada está condenada a caer en el olvido, sigo persiguiendo la quimera de que consiga ser la más leída de todas las que llevó escritas.
Un traje azul grisáceo, nada barato, conjuntado con una camisa blanca y una corbata roja envuelve mi piel, como si quisiera unirse a ella, pero está lo rechaza como si con tela ponzoñosa estuviera tejida. Siento miradas de aceptación entre la multitud, elegante, correcto, guapo y bien vestido, sin ninguna duda, era un niño bueno y no había cupo para la maldad en mi. O eso hacía creer a la gente disfrazado de aquella manera.
Atado a las fuertes amarras de la moda y la tendencia, deambulaba sin rumbo entre los que debían ser los míos, los que deberían ser mis coetáneos, con mentes tan profanadas por el alcohol como cualquiera que se preciara como persona. Buscando ser diferentes entre los iguales, se hacen idénticos intentando destacar, cuando todo aquel que verdaderamente es distinto y piensa por su cuenta es marginado por ello, porque la moda de hoy es rebelarse ante todo, pero nadie planteó nunca la revolución a la rebelión.
Botella en mano, y «música» para escuchar mientras el veneno etílico fluye por sus venas que regaran su carcomida mente. El hielo sobre vasos de plástico y el dorado color del whisky rellenándolo para ayudar a un chico tímido a hacer amigos sin esfuerzos, el marrón de un ron que tan buen rato hará pasar a aquel que no es capaz de divertirse de otra forma que no sea con él. Ese transparente de un vodka, una ginebra, un tequila, que hará entrar en calor a aquel que pasa frío.
Aquel señor que pierde su dignidad de hombre ahogando sus penas en una jarra de cerveza que lo camela hasta el punto de llevarse su alma consigo hasta el fondo de la misma. Esa mujer que comienza a ser una tía sin más que, envenenada de gintonics deja que unas frías manos besen su cuerpo. Ese joven que gracias al alcohol encuentra tan cómoda las aceras de su ciudad para dormir porque es que ya no puede más. Pero ninguno de ellos renunciará jamás a su viejo amigo.
Voy quitándome la chaqueta, sustituyendo la camisa por una camiseta blanca, y sobre ella una sudadera verde omeya, y sustituyo los incómodos pantalones por vaqueros de un azul claro. Las miradas de aceptación se tornaron negras, la mayoría ya pérdidas en su propio mundo de ebriedad, miradas frías de ojos que acusan, miradas ciegas que no comprenden cómo alguien que iba bien vestido se vista como un cualquiera, como si no hubiera cupo para la bondad en mi. O eso hacía creer a la gente mostrándome tal cual soy.
Parecía que aquella horda de zombies, sedientos de alcohol, quisiera imitarme y mostrarse tal y como son, o todo lo contrario, necesitan aquella milagrosa bebida para ocultar el horrendo monstruo que en ellos vive y con el cual son infelices. Pero la gran mayoría de estos seres no-vivos son aún peores que los anteriores pues necesitan el alcohol por ser socialmente aceptados, y poder entender el humor surrealista que el veneno etílico proporcionaba.
Mientras el orín y los jugos gástricos corrían por las calles como si de agua se tratara, me fui abriendo paso entre aquel vertedero de cuerpos zombificados, mientras se movían a ritmo de una repetitiva canción salida de los altavoces del maletero de un coche cualquiera, pensaba que si a día de hoy viniese un juzgador para decidir si seguimos con vida o vamos directos al cajón creo que se decantaría por la segunda opción al ver aquella horrenda estampa. Que alguien alce su voz para responderme si esto es vida.
Comentarios
Publicar un comentario
Me gustaría saber tu opinión sobre esta entrada.