Agua clara

Ciego, tan ciego de no ver lo que tenía delante. El sonido del agua cayendo, que solía relajarme tanto, hoy me ponía los bellos de punta, nervioso, como si de una gota fuera, insignificante frente a la mar, comenzaba a tener miedo de la oscuridad… miedo a la mar.

Aquella gran infraestructura que yo mismo había diseñado, aquel mascarón colocado justo donde yo había querido, junto a la mar, no siendo consciente del daño que haría, tanto para el edificio como para la mar, aunque para mi, aquel mamotreto carecía de relevante. ¿Cómo iba a poder volver a mirar al horizonte sin avergonzarme de haberle robado la plata a la mar, de teñir sus aguas de negro? ¿Cómo iba a escuchar el suave sonido de las olas si que mi consciencia me masacrara?

Como tantos otros, me veo en la encrucijada de disculparme, como si quisiera materializar un suspiro, como intentar abrazar el aire, siento la impotencia de mirar al pasado y no poder enmendar el daño hecho, pues por más perdones, quizás no merezca siquiera un atisbo de piedad, pues sigue estando la horrible marca de la contaminación en la mar mientras yo, egoísta miraba tierra adentro, creyendo que mi ignorancia podría salvarla. Había pasado ya la época del feliz marinero que pescaba en su barquita, ahora era un cruel empresario que con grandes redes arrebataba la vida a miles de seres marítimos.

Hice mi factoría cerca de ella, más que por comodidad, por mi amor a la mar, allí, mientras  manipulaban el pescado que la mar había parido para nosotros, y el cual utilizábamos. Bien parecía que todo iba viento en popa, mas el dinero no trae la felicidad, el sucio dinero que, por avaricia me hizo expandir horizontes. Los continuos cambios de hoy frente la tranquilidad de mi pequeña barquita no podía calificarse de progreso, y más ahora que se lo que había estado haciendo.

Hoy me encuentro frente a la mar, como siempre ha sido, la de toda la vida, y pe puse las gafas de sol, pese a ser un día cerrada mente nublado, para que nadie viera las lágrimas que de mis ojos se suicidaban al contemplar aquella turbia mar que parecía gemir con cada ola que chocaba. Mientras los plásticos flotaban entre sus aguas, me fui dando cuenta de que así no podían seguir las cosas, necesitaba un cambio, no de los que había antes, de los retrógrados. De nada valía lamentarse por lo vivido pasado, el presente no permitía caer y no levantarse, y si es necesario mancharse los pantalones por arreglarlo, que sea, pues.

Lanzando las gafas, la corbata y la americana a la arena que yo mismo había ensuciado, me metí en sus aguas a quitar uno a uno cada plástico, a quitar cada molécula de porquería que sus aguas contaminara. Si, como el viejo refranero dice, rectificar es de sabios, pediré perdón, si sirve de algo, ya me he arrepentido, pero los golpes de pecho no son lo mío, no se me irá toda la fuerza por la boca, llenándome de promesas cual político que nunca cumplirá. Actuar es el verbo, retirar todo lo que sea posible, limpiar la mar hasta que quede como una patena.

Sólo de mi y mi consciencia dependía que la mar volviera a lucir con orgullo aquella agua clara que la caracterizaba, aquella mar que tanto me había inspirado, que tantas veces me hizo sentir como en casa estando a kilómetros de mi verdadera morada, que estando en tierra tantas náuseas me causaba, creando en mi esa extraña sensación de dependencia. Por mucho tiempo que pase nunca dejará de sorprenderme en completo ecosistema que en sus entrañas guarda, la sensación de calma que siento cuando me veo tan rodeado de agua, sólo la mar junto a mi.


Consciente de que te había hecho daño, habiendo estado tan ciego, hoy vuelvo a navegarte, vuelvo a ser aquel marinero que surcaba tus aguas! y es que me tienen que matar para irme de tu vera.


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