La bahía de los naufragios

La mar se movía con furia, desatando su ira sobre la tierra, sobre todos los mortales. La luna, que quería verse reflejada en ella, le fue imposible, pues no paraba quieta ni un sólo instante. Un pequeño barco velero, cruzaba valientemente sus aguas, pero ella no quería y a la voz de “Nos vamos a pique”  engulló por completo el navío.
El viento soplaba con fuerzas hacia los acantilados, mientras olas del tamaño de gigantes los castigaban en un desesperado intento de ganarle terreno, parecía imposible que, por mucha fuerza que el agua de la mar trajera, fueran a mover aquellos inamovibles muros de piedras. La playa bajo estos estaba sumida en ella, siendo imposible su acceso saliendo superviviente de ella, sólo el hecho de bajar a ella significaba entregarse en cuerpo y alma a la mar.

Una mujer observaba desde lo alto de los acantilados la impresionante tormenta mientras el fuerte viento tronaba en sus oídos y en su piel las pequeñas gotas de agua chocaban con delicadeza después de venir de una muy potente ola enorme, cuya furia era disipada por la gran roca que bajo sus pies yacía, sin siquiera mostrar el más mero síntoma de debilidad frente a la mar, ni un solo temblar. Aunque la mar no cesaba, y continuaba en su empeño de desahogarse en contra los enormes acantilados.

No consciente del peligro que entrañaba su posición, la chica permanecía al borde del abismo, contemplando la mar enfurecida. Las nubes, tan espesas como la roca, ahogaban la luz del sol, hacían casi imposible la visión, y el agua caía, como si estuvieran llorando con amargura, acompañando a la mar en su ira. La chica permanecía quieta, no se movía más que los acantilados, pese a que el agua bajaba por su rostro como si de sus propias lágrimas se trataran. Si inmóvil se quedó al zozobrar el velero, inmóvil se quedará ante un aguacero como tal.

Su mente tan inaccesible como las profundidades de la mar, pero, externamente, tan tranquila como ese mismo fondo, ¿quién pudiera aventurar si en su mente no habría un temporal como aquel que estaba contemplando? En un mundo donde las fronteras las pinta el dinero, donde tantas desigualdades como las que había entre la calma del fondo de la mar y su embravecida superficie, era perfectamente normal que no supiera dónde se encontraba su lugar.

El olor a mar era tan profundo que bien parecía estar inmerso en él, como si una gran furia se estuviera desatando en aquel lugar, en aquella bahía y en su mente. Con tanto ruido, el suspiro que soltó pasó de apercibido como todas las hojas débiles que el huracanado viento se llevaba, condenadas, volando por los aires para acabar en la mar. El hecho de ir en contra de tu propia consciencia, el hecho de tomar medidas pudiendo ser demasiado tarde, lo que dirán que nadie le importa, pues sus voces no son más altas que el sonidos de las olas.

Los que hablan sin saber, los que ya no están, los que vuelven la cara y se niegan a mirar, los que aún sabiendo nada dicen, los que sólo se ven buenos cuando les interesan y, sin embargo, sacan los dientes en presencia de los influyentes, tantas veletas que sólo miran donde más favorable les sea, ¿adónde miraréis cuando se alce el temporal sobre vosotros? ¿A quién apuntaréis cuando no haya viento que sople en una sola dirección? Sólo la mentira, la máscara es lo que triunfa, y pensar que hay personas capaces de caer en su engaño.

Siendo tal situación, era normal que la chica permaneciera al borde del acantilado, exponiéndose a la ventolera, allí, donde nadie se atrevía a ir por miedo, miedo a una simple brisa, miedo a la mar.


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