El Valle del Lobo II
Sentí como mi cuerpo comenzaba a cambiar, poco a poco, mis pies y brazos se convertían en fuertes patas, mi piel se cubría de un denso pelaje dorado. Muy lentamente me había convertido en un lobo…de manera diferente a las apareces anteriores.
Aquella preciosa águila se encontraba frente a mi, con las alas extendidas, sin embargo, algo hizo que, en cierta medida me esperaba, pero a la vez no auguraba que lo hiciera. Comenzó a batir sus alas y se alzó sobre la tierra y comenzó a volar por la rivera del pequeño riachuelo, sin separarse mucho del suelo. Me incorporé rápidamente al ver que se iba pero, petrificado, no pude seguirla.
Ella paró, se posó en una piedra y me miró. Supe desde aquel momento el sentido que cobraba su vuelo, comprendí que lo único que quería era que la siguiera, así que me acerqué lentamente al águila, y permaneció inmóvil, mirándome fijamente, hasta que decidió volver a alzar el vuelo y continuar su camino por el fondo de aquel valle por donde, hace relativamente poco, había entrado lloviendo.
Corría tras de ella,que seguía volando bajo, esquivando con gran habilidad todas las ramas e impedimentos que se mostraban a lo largo del camino. Yo, mostrando, en la medida de lo posible, mi destreza entre la naturaleza, esquivando las ramas bajas, pisando el camino adecuado… la veía volar, tan cerca, pero a la vez tan lejos, con la incertidumbre de no saber a qué lugar me quería llevar. Los árboles no eran tampoco muy altos, por lo que cohibían la salida del águila a un sitio más seguro en el aire, en el cielo, donde un águila da todo su potencial. Donde este águila demostraría ser superior al resto de aves que poblaban el cielo.
El sentirla tan cerca me alegraba como humano, porque por lo menos la veía, por lo menos estaba con ella, rememorando tiempos pasados en la ciudad dónde sólo sabía pensar en ella y no en otra cosa. No obstante, como lobo deseaba estar con ella sin distancia alguna que nos separase, ni árboles que nos limitasen en esa carrera entre el águila y yo, el lobo.
Donde creía que el camino no podía ser más profundo, otra recta descendente nos condujo a lo más profundo del valle, por otro túnel de árboles, no tan opaco como el que anteriormente había atravesado, la luz solar podía filtrarse por las hojas, tiñendo el paisaje con un agradable y extraño tono de verde, a la vez oscuro e intenso. Su majestuoso plumaje blanco se dejó embriagar por este color. El río a nuestra vera corría cada vez con más fuerza, dejándose la vida en su intento de avanzar por su rocoso cauce.
Continuaba volando muy bajo, pero a gran velocidad, y yo la seguía con la misma rapidez, manteniendo mi mirada fija en ella, y, sin esperarlo extendió sus alas verticalmente, y me deslumbró el cambio de luz verde a una completamente blanca, radiante y pura con la que exhibía se plumaje. Frené en seco, casi metiendo mis patas por completo en la tierra, descubriendo el enorme cambio de paisaje que se había dado en un instante.
El río hacía tiempo que había dejado de acompañarnos y el camino había desaparecido, era un gran claro en aquel bosque, donde el tono de verde pasó a ser más claro, más puro, con ella en el centro, flotando con sus alas blancas como un ángel que hubiera descendido del cielo y me llenara de una sensación de paz y tranquilidad que pocas veces había sentido.
Mi parte humana dejó de estar presente.
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