Serendipia

La melena al viento de Penélope, mirando al mar en eterna espera de su amado Ulises, que navega para volver a estar con ella. El anhelo por vivir otro día más de Sherezade, cuando sus cuentos son lo único que la salva de un sultán sanguinario. La curiosidad insaciable de un pequeño príncipe que viaja de planeta en planeta con su bendita inocencia. El bigote de Hércules Poirot, que resuelve otro caso que parecía imposible. La varita de un joven mago con una cicatriz en la frente…


Quisiera ser cómo un tal Alonso Quijano, que se detuviera en un tiempo inmortal donde los caballeros recorrían las anchas tierras de una Castilla sencilla y antigua impartiendo justicia por doquier. Pasar las horas y los días asomado entre las líneas de miles de libros, viviendo en situaciones que pocos han vivido, sentir ser el protagonista de una historia inefable, leer hasta llegar a la locura. Confundir los molinos con gigantes, soñar sin dormir, ver sin los ojos, llegar a ser todo un Quijote.

Quisiera tener la capacidad de observación de un tal Sherlock Holmes, convertirme en un detective famoso en el mundo entero, resolviendo los crímenes más difíciles que pudiera encontrar en una tierra fría y hostil, manteniendo su elegancia característica. Ser cómo ese profesor de iconología llamado Langdon, aquel que tanto sabe del arte, que sigue las pistas del gran Da Vinci por toda Europa desde el Louvre de la eterna ciudad del amor, desvelando al mundo aquellos datos históricos que sólo unos pocos saben.

Me gustaría perderme por las sendas del futuro de Asimov, poder tener un amigo robot y junto a él vivir miles de aventuras, saltando entre las diferentes galaxias muy lejanas y añorar la tierra, como mi único hogar verdadero. Vivir tan sólo un día entre los terroríficos mundos de Stephen King y sentir la adrenalina cuando el asesino me persiga por la noche en un pueblo perdido en el mapa de Norteamérica. Llevar conmigo el anillo de Sauron por los caminos de la Tierra Media.

Yo quiero construid la catedral más bonita que haya visto el mundo entero. Ir a vivir un a una época dónde el bien lucha contra el mal y no hace caso omiso como si no existiera, enamorar a mi princesa y hacerla feliz para el resto de su vida, derrotar a un conde sanguinario y un obispo codicioso. Soñar con ver el ambicioso edificio construido y lanzar un suspiro al aire al imaginarla terminada, anhelar cada detalle que la hace tan especial.

Fue tu mensaje en mitad de la noche, un simple «te quiero» en la pantalla del móvil el que me hizo cerrar el libro que estaba leyendo. Cerrar aquella historia que, a base de pasar mi atenta mirada por la miles de líneas que la iban desentrañando, hice mía por el momento y por el resto de mi vida. Cerrar un bonito relato que estaba sintiendo que marcaba y cambiaba mi vida de una forma en la que sólo un libro puede hacer. Cerrarlo por un simple mensaje de texto.

En aquel momento entendí que no era sólo un WhatsApp que interrumpiera mi lectura, una vida tan mía como la real, unos sentimientos que son tan puros como los que fuera de esas palabras pudiera sentir. Entendí que mi vida no se hallaba entre las páginas de un libro, por muy bueno que este fuese. Ni he construido una catedral, ni encontrado ninguna reliquia histórica. Ahí fuera, se encontraba la historia más hermosa que en ningún libro pudiera encontrar: la vida real.


Desbloqueando el móvil me dispuse a responderte, sin que tú en ningún momento supieras que, por mucho que me guste leer, prefiero escribir una breve historia llamada vida contigo, que leer miles de libros emocionantes sin ti.


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