Entre lobos
Dicen que las personas fuertes no siempre tienen unos músculos de acero, ni se caracterizan por no llorar bajo ninguna circunstancia, por muy triste que esta sea. Todo lo contrario, son gente corriente, que vive su vida como tú y como yo, sin destacar por su fortaleza. Son personas sin exigencias, que encuentran la manera de ser felices en un mundo adverso, aquellos que disfrutan de las pequeñas cosas, que no están apegados a algo material. Dicen que muchos lo intentan, pero pocos son los que llegan a ser verdaderamente fuertes.
Escucho mis pisadas aceleradas por la hierba, mi respiración jadeante, deseando en mi fuero más interno que no me falte el oxigeno y poder seguir corriendo, seguir huyendo de ese perseguidor violento y sanguinario que casi me pisa los talones. La luz de la luna no es suficiente para iluminar el camino, no sé lo que estoy pisando, siento el miedo a la muerte cercana y el deseo ferviente de aferrarme a la vida, y, como sea, seguir vivo.
Me encuentro con una valla que cerca el terreno del que quería escapar con la esperanza de que «eso» me dejara de perseguir. Me paro en seco, necesito una puerta, una salida. No hay tiempo, voy a tener que saltarla. Con algo de impulso engancho mis pies en la verja que me separa de mi libertad. Un fuerte dolor invade mi cuerpo cuando los pinchos metálicos atraviesan mi piel. Algo agarra mi pie. De una patada consigo que me suelte, conseguí pasar al otro lado.
Los pinchos habían rasgado mi camiseta casi al completo. Miro a los furiosos ojos inyectados en sangre de mi perseguidor, al otro lado de la valla, mientras siento el calor de mi sangre cayendo por mi cuerpo. Debería seguir corriendo. Dándome la vuelta vuelvo correr hacia la espesura del bosque. No sé cuanto he avanzado pero parece que ya nada me persigue. No puedo imaginarme porqué mi perseguidor no había saltado la valla para darme caza, pero tengo otras cosas de las que preocuparme.
Entre los árboles escucho los gruñidos aterradores de los lobos. Siento que el vello se me eriza en la espalda invadiéndome un miedo atroz. En la oscuridad de la noche aparecen pequeños destellos de los ojos de toda la manada con sus miradas fijas en mi, su nueva presa. No tengo nada para defenderme, y parece que me han abandonado a mi suerte. Tan sólo deseo que la tierra me trague y evitar la tortura de sus mordeduras. La luna poco deja ver, salvo los dientes que me enseñan.
Reconozco al líder, es el lobo más grande, el que parece más fiero y el que más miedo me infunde. Por mi mente pasa la absurda idea de que si le venzo a él saldría vivo. Un escalofrío renovador me llena de valor. No sé qué es lo que me está pasando, pero siento una confianza en mi mismo que antes no existía, y que las cicatrices de la verja que antes me hacían sangrar ya habían cicatrizado. Los lobos se percataron que mi miedo había desaparecido.
Me acerco a su líder, que gruñe más fuerte al verme acercarme. Retrocede un paso, con un cierto temor en su ser. En signo de paz, le tiendo mi mano. Este deja de enseñar su perfecta dentadura de depredador y la huele como si llevara comida. Agachando las orejas empieza a lamer la sangre que hay en mi mano. Pongo mi mano sobre su cabeza. La manada es incapaz de hacer nada, al igual que su líder esconden los dientes y se acercan a mi inofensivamente.
Pero esto aún no ha acabado. Miro en dirección donde estaba la valla que he saltado. Escucho cómo mi perseguidor se acerca, pero ya no tengo miedo, ya no pienso huir, simplemente espero que se acerque… un poco más. Vuelvo a mirar sus ojos, su furia pasa a ser miedo, ese temor que yo antes tenía y logré superar. Conseguí volverme una persona fuerte.
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