Corazón de paja


Existe un lugar remoto donde a pesar de que todo el mundo es bienvenido, no hay personas viviendo en sus casas, ni agricultores labrando su tierra, ni niños en su escuela, ni ancianos contando las historias más tiernas de su infancia. En un lugar donde los turistas pasan de largo, donde la noche, cuando ya nadie queda por sus calles, les da vida a todas las almas que aún siguen confinadas en esos muñecos de trapo que un día sustituyeron a la población. 


Quizás nadie puede llegar a imaginar cómo es un pueblo fantasma, porque en el momento que alguien vive en él dejaría de estar deshabitado y todo su encanto se transformaría. Se instalaría la soledad a vivir a la vera de quien se asiente en él y tan sólo las plantas con sus alegres flores estarían dispuestas labrar amistad con él. Nadie sabe qué es lo que hay cuando ya no queda gente que vea y sienta lo que pasa en un lugar tan desierto como un pueblo fantasma.

En un pueblo donde siempre suele estar nublado, donde la vida humana ha dejado de prosperar, y ahora sólo son muñecos de paja, recubiertos de una piel de trapo, los que trabajan en la tierra que lo rodean, los que se sientan en las escuelas y los bancos, son los que esperan por un autobús que nunca llegará, y los que contemplan un cielo que cada día parece más bonito y diferente. Muñecos que un día llegaron en el silencio de una noche.

Una maestra enseña a sus alumnos con todo su amor, como si fueran sus propios hijos, todo lo que ella sabe que deben conocer sobre el mundo. Un niño lleva ya años con la mano levantada esperando que su profesora le ceda el turno para hablar. Los pasillos de la escuela rebosan vida, una vida pausada y serena. Los niños niños en el patio juegan y los adolescentes por las calles miran anonadados a las hermosas chicas que pasean por su vera sin fijarse en ellos.

Los ancianos están sentados en los bancos de las plazas, hablando entre ellos completamente inmóviles, viendo a unos albañiles que arreglaban una zanja que se había abierto por la antigüedad del asfalto. En los puestos de artesanía se encontraban los artesanos con sus manos de trapo blanco tejiendo, o llenas de barro. En un huerto se encuentra una pareja trabajando, a pesar de la mala hierba que ha crecido por el paso del tiempo. Un tiempo que tiene congelados a sus habitantes.

Sus ojos son botones negros cosidos con mucho cariño, que contienen un brillo que parece estar mirando directamente al alma, y sus cabellos son de lana. Van vestidos con ropa, como si fueran personas de verdad. El trapo blanco que forma sus pieles se va volviendo con el paso del tiempo verde, del color de las plantas que poco a poco están devorando el pueblo de los muñecos. Hasta el viento que sopla por sus calles anuncia con su frío la triste falta de vida de aquel lugar.

El sol baja cada vez más, ha pasado otro día con las mismas figuras inmóviles de siempre, los muñecos que parecían dormidos en un día nublado despiden, de la misma forma que lo recibieron, a otro día más de sus vidas que se va. Pero cuando el sol se oculta, dejando que la luz de la luna alumbre las solitarias calles, el pequeño pueblo fantasma se llena de vida, el pequeño corazón de paja de cada muñeco de trapo vuelve a latir.

Las calles se llenan de vida sólo cuando la noche cae como un manto de estrellas sobre aquel remoto lugar, donde a pesar de que todo el mundo es bienvenido, no hay personas viviendo en sus casas, ni agricultores labrando su tierra, ni niños en su escuela, ni ancianos contando las historias más tiernas de su infancia.


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