Querer y deber
La luna iluminaba todo el patio de la abadía, a lo lejos se escuchaba una escoba barriendo con mano firme y un sonido monótono y taciturno, reflejando la tranquilidad de esta vida contemplativa y oculta al resto del mundo. Pasando los años que tan sólo envejecían a los monjes ocultos tras las paredes, ancladas en el tiempo, que hacen resonar los ecos de las oraciones que se cantan en los maitines y oficios. Tan sólo los fantasmas de las sombras que proyectan las velas parecen tener vida.
La escoba seguía barriendo sin descanso cuando acabaron los maitines. Me era imposible dormir, y no podía quedarme encerrado en mi celda porque sentía que las paredes me acorralaban, invadiendo mi espacio, absorbiendo mi aire. Un patio sobrio que apenas tenía dos plantas que trepaban por los muros de la abadía en busca del sol del día. La luna hacía que todo se tiñera de azul y se fundiera con el naranja del fuego de los claustros, que a estas horas rebosaban paz.
El deber me llamaba a regresar y dormir como me fuera posible para estar perfectamente servicial el día siguiente. El deber es ente que, proyectado hacia el futuro, hace que miremos al frente. Es rígido y frío, enemigo de un tiempo que avanza imparable. Es el que me empuja a ser como se espera que sea, al margen de mi conciencia y voluntad, es el que hace que las cosas sean lo que son y no de otra forma, el que las manipula y las dispone como mejor parezca.
Quién soy yo para hablar del deber si soy un desastre, me pregunto mirando la luna mientras me viene a la mente todos los planes que no pude, en modo alguno, llevar a delante, la de historias que se han quedado en el tintero por falta de motivación que apenas aparecerán ni siquiera en el prólogo de un libro, pudiendo pasar a formar parte de la historia de haber sido desempeñadas. Suspiro mirando a la luna, como si me trasladara a su superficie con tan solo alzar la vista.
El querer me hace volar hasta cualquier lugar del mundo como un auténtico pájaro, ser una persona de las que dejan huella y se note más su ausencia que el ruido que hace tenerla cerca. El querer es el presente en estado puro, es la falta de consecuencia por hacer lo que parece más bueno y mejor. Es el que hace vivir bien en el ahora, cálido y cercano, porque es lo que más próximo a nosotros tenemos, nuestra voluntad.
El sonido de la escoba viaja a través del tiempo, tan constante y taciturno, al igual que el sonido de las campañas que repican al alba, permaneciendo inmemorial en los corazones de los fieles. Pienso que tras estos gruesos muros que nos guardan el progreso se impone como una verdad absoluta, como si fuera parte del deber, y pienso en en esa coexistencia entre el deber y el querer. Lo bueno es cuando ambos van en una misma dirección, no así cuando queremos ser una cosa y debemos ser otra muy distinta.
Para ser lo que queremos debemos trabajar por ello, lo que implica un deber, pero uno que está orientado hacia el querer, que es lo que nos hace felices. Una estrella fugaz cruza el cielo, y pienso en que mi juventud me hace pensar que estoy destinado a hacer grandes cosas, no obstante me resulta difícil de creer siendo tan sólo un monje que sólo reza y contempla… Una vida tranquila que no es para mí. Ya nada puedo hacer, debo irme a en mi celda para dormir y estar mañana descansado para un duro día de trabajo en la abadía.
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