La vie en rose

La vida es como un musical, un musical donde la música suena tan alto y es tan bella que las ganas de irte a dormir las aparcas para seguir disfrutando de las canciones que te regala. Pero como todo musical, si careciera de las canciones se vería insulso, falta de alegría, triste… como un libro que nadie quiere leer, o una cara sin sonrisa. La vida es la música de un acordeón y la belleza de un paseo por la rivera del Sena al atardecer.


La elegancia se puede respirar en todo el local, con el aire exquisito de Francia y el olor a chocolate. Las paredes rebosan ese estilo clásico que recuerda a el París más añejo y de postín. Las estanterías llenas de cajas con una letra caligráfica que catalogaba su contenido, y el mostrador con todo tipo de bombones, minuciosamente ordenados que desprenden ese olor tan característico que hace la boca agua a cada cual que pasara cerca de esta modesta y exquisita boutique.

No sé si será la sonrisa de los empleados al verte entrar o al atenderte, con esos trajes blancos impolutos, o si serán las miles de formas que tienen los bombones que se exhiben en los escaparates, acompañados de las tartas más perfectas y las fondants más generosas, desprendiendo chocolate a todas horas. Tal vez fuera mucho más simple, y era el delicioso sabor de los bombones, que te transportan a otra dimensión y te quitan el sentido, lo que hace de este pequeño local el mejor lugar del mundo.

Los niños señalan a la puerta, pidiendo permiso a sus madres para entrar y comprar un poco del postre que más les gusta. Miran con deseo los lujosos escaparates. Tan diferentes a las miradas de soslayo de los adultos, que apenas tienen tiempo de pararse a escuchar la música que la vida le pone a su existencia, a ver la sonrisa que el día les dedica o a probar el dulce sabor de un bombón que cualquiera desearía en su boca.

Ese tesoro capaz de poner un toque de color a una existencia en blanco y negro, un mensaje positivo y alegre en un mundo raro, una sonrisa que no se avergüenza de las risas de quién no la entiende y sigue alumbrando al mundo, un gesto amable donde cada uno va a lo suyo, encapsulado en el más dulce chocolate, con base negra y con leche en los bordes, con un corazón de crema de cacahuete que parece estallar en tu boca con su sabor inconfundible.

La elegancia que derrocha el chocolate negro más puro, con unas finas líneas del blanco que le quedan como un smoking y el picante del licor que guarda en su interior con ese toque seductor que incita a divertirse un poco y salir de la amarga rutina. Ese delicado y exquisito bombón que recordara a la inmortal Édith Piaf y su canción «La vie en rose», y a tanta música que llena el alma como el caramelo que guarda el bombón de chocolate blanco.

Allá donde la más alta cocina, los gourmet más reconocidos, se mezcla con los dulces que deleitarían al más escéptico, donde las estaciones pasan al margen de un tiempo que se niega a avanzar con ellas, preservando un trocito añejo del París noble y señorial, preservado en esta pequeña boutique, a la vera de un Sena que se tiñe de rosa al atardecer. Si la alegría nace de las flores más finas de un jardín, el amor más puro lo guardan los bombones.


¿Qué sería de la ciudad del amor sin el chocolate? Sería como un musical sin su música, un atardecer nublado, una mirada vacía y la frialdad de que te traten como un objeto y no como una persona, como una lágrima sin razón de ser o un poeta sin un verso. Con una sonrisa en los labios me reciben en la boutique, con una mano a la espalda y la otra sosteniendo una bandeja llena de bombones. Un bombón, monsieur?



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