Manos frías, pies fríos, corazón frío

El humo de una taza de chocolate ascendiendo y perdiéndose en la atmósfera. La chimenea con su fuego calienta una habitación fría. El olor a madera ardiendo. Chaleco de cuello alto, la nieve cae tras la ventana. Se ven a familias enteras pasar, dejando sus huellas en el manto blanco. Todo alrededor huele ya a Navidad, la punta de un enorme iceberg que vaga hasta los confines del año. Con los pies fríos, las manos frías y el corazón helado.

El mundo parece tomarse un respiro cuando las noches se hacen eternas. Parece sumirse en la soledad, asediado por la lluvia y la nieve. El viento frío mueve las ramas desnudas de los árboles, privados de todas las hojas que día a día fueron muriendo. Las calles desiertas se desentienden del paso del tiempo. Todo está en armonía cuando no hay nadie que sea testigo. Todo está en su sitio cuando no hay ojos que miren, ni oídos que oigan.

El agua en los ríos fluye con más lentitud, tan solo el constante movimiento evita temporalmente que acabe por congelarse. Los animales entran en hibernación a la par que los humanos buscan el calor de la familia. La estación donde encontrar el amor. El olvido recuerda a aquellos que se fueron, los que ya no están. Las ganas de celebrar se enfrentan con la taciturnidad que el frío induce. Corazones que respiran con nostalgia desconociendo en qué lado de la rota línea que separa la alegría de la tristeza estar.

Bajo un sol poniente que parece no tener fuerza para calentar el cielo se tiñe de naranjas, rojos y malvas. El olor de un café caliente inundando la casa se mezcla con el de la madera que es consumida por el fuego de la chimenea. Dulce olor a chimenea. Recuerdos de inviernos pasados. Duele respirar el aire frío del exterior casi tanto como duele recordar. De nuevo esa sensación de vivir dormido, caminar sonámbulo. Deseo de despertar a cada minuto que pasa para salir de esta realidad.

Un año más cuyo final se acerca sin remedio. Un año más que nace en el frío seno de la muerte del anterior. Los buenos propósitos llenan con tinta listas sin fin, para ser olvidados antes de que el sol del dos de enero asome sus primeros rayos por el oeste. Tiempo de apagar la televisión, abrir un libro y sumergirse en una historia, un cuento en un país muy, muy lejano. Tiempo de quedarse en casa cubierto por una manta.

En la ciudad los mendigos, millonarios en tiempo pero huérfanos de oportunidades, sin un lugar al que ir, vagan entre cada hueco donde poder pasar la eterna noche. A la par, hombres con el bolsillo lleno de dinero y el corazón insolvente gastan en regalos como billete de un tren directo al corazón de otra persona. El viento del norte trae el frío que sume a todo en una calma imperecedera. Las bajas temperaturas encienden el anhelo de la primavera.

La última estrella ha caído de un cielo antaño plagado de ellas. Los guardianes del cielo se ocultan tras una densa capa de nubes que oscurecen el día, amenazando con una nueva nevada. Vaho al respirar. Frotar las manos echando el aliento. Abrazos inesperadamente fuertes. La búsqueda del calor se convierte en una contienda en contra del frío. Los pies se enfrían cuando se alejan del fuego que los mantenía calientes. Las manos se revuelven entre ellas y el corazón hace un pacto con el olvido para evitar recordar.

Invierno que se presenta tan blanco como frío. Una risa que llora, un lamento con sonoras carcajadas. El agridulce sabor de una estación que te abraza con unos brazos gélidos. Con los pies fríos, las manos frías y el corazón helado.

Comentarios

más leídas