La bruja no murió

Cuando te desvías del camino de baldosas amarillas para seguir tu propio camino ves que el mundo tras el arco iris oculta más cosas de las que te deja ver. No todo es alegría tras los siete colores. No todo es luz en un mundo donde quien gobierna se hace llamar mago sin saber apenas qué es la magia. Allá donde termina el camino de baldosas amarillas, capital de Oz, no hay más que una mentira más que pesa sobre la farsa de los siete colores.

La felicidad no es algo digno de ser buscado. Es aquello que te hace sentir vivo. Razones que hacen que la vida merezca la pena. Es un estado por el que luchar. Luchar contra toda tristeza, que aún siendo necesaria, tiene la ambición de dominarnos cuando menos lo esperamos, jugando al escondite entre el dolor y la satisfacción. Vivir en Oz no te hace feliz. Matar una bruja no te va a traer una alegría desmesurada para toda la vida.

La tristeza gana cuando la soledad se torna enemiga y la vida tan sólo se concibe en deberse a más personas sin tenerse en cuenta a uno mismo. Somos las personas más importantes que vamos a tener en este camino por el mundo de los siete colores. La gente viene y va tan pronto como cambian los vientos. Tan solo yo el que sigue en el caminando allá por donde mis pies me llevan. No le pido a nadie que me siga, no exijo a nadie que me acompañe. Quien lo haga que sea por voluntad propia.

Que el sonido de las cuerdas de la guitarra al vibrar viaje por las sendas perdidas en lo alto del arco iris, dibujando sonrisas en los labios de aquel que la escuche. Esa música que me hace poner sentimientos en palabras. El olor de aquella comida que enamora mi estómago. El viento acariciando mi cara, revolviendo cada pelo de mi cabeza. Correr sin destino, allá donde el sol vaya a ponerse. Zambullirse en cada lago y cada mar. Volver a   liberar mi alma de niño por todo Oz.

Las noches son para soñar, que la mente navegue por mares desconocidos. Cuando se extingue toda luz, el cuerpo y el alma se disocian. Mientras que la parte física satisface una necesidad vital, el alma va dando saltos por un mundo que ella inventa. Un mundo imperfectamente perfecto, donde dar la mano a un alma afín. La música suena alta para mitigar el dolor. Hacer las canciones mías viviendo cada verso, cada nota que viene y va, bailando en la escala.

Todos tenemos debilidades, complejos, puntos que nos hacen sentir menos que los demás. Intentarán dominarlos, intentaremos ocultarlos, pero nada se consigue cubriéndolos con la manta de una falsa seguridad. Aceptar esas debilidades, reconocer los complejos y sabernos como seres únicos entre una especie donde nadie es igual. Buscamos una aceptación que ha de nacer en nosotros no en el resto de la sociedad. Poco pueden herir a quien realmente se estima como es, ni más ni menos. A quien hace de sus debilidades un punto fuerte.

No todo en Oz es alegría. No todo lo que lleve color implica felicidad inherente. La tristeza, aunque necesaria, nunca debe tomar el control. Aunque nos vendan que el país del camino de baldosas amarillas es un paraíso y las brujas las causantes de todo mal, son ellas las que hacen ver la vida con cada matiz que tiene. Son las brujas las que hacen que la vida merezca la pena y no sea una condena a espera de la sentencia final.

Todo Oz está de fiesta. El vino corre por las mesas de cada taberna, pues la bruja no murió. Todos celebran alegres el tener un motivo por el que luchar: la felicidad.


 

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