Un alma perdida

Al parecer sí que se puede hacer todo un infierno del paraíso. Los héroes en los que creías y tanto admirabas sí que pueden ser fantasmas que viven del cuento. Sí que puede morir el protagonista de tu libro favorito. De las ceniza aún caliente de un incendio no puedes hacer crecer un bosque sin tiempo. No puedes decir que es caliente una brisa que viene de un gélido viento del norte. Tan sólo un pez en esta pecera. Un alma perdida que sigue nadando.

En todo mal día llega un momento en el que la mente grita en silencio al universo si era necesario todo lo que ha pasado, si hay algún tipo de justicia, si acabará pronto el día. Cae de bruces en un mutismo generalizado de todo aquello en lo que cree, de todo lo que esperaba que le respondiera. Es el momento en el cual te sientes dueño de tu vida. En ti está levantarte o seguir tumbado en el suelo siendo insultado por la lluvia.

Un mundo oculto de rumores y secretos que no deben ser desvelados me susurra al oído que quien juega con la probabilidad siempre acaba perdiendo. Me canta el viento frío del norte como una nana que estamos en un lugar hostil, donde las buenas personas parecen sobrar. Tras una sonrisa se oculta un futuro amputado y aún caliente, que sintiéndolo como todavía real, se desvanece. Un pasado idealizado que se desmiente en cada golpe del segundero. El tiempo como la única cura a una enfermedad silenciada.

Como un pequeño sol que no tiene un día que iluminar, asediado en el vacío de una noche que le impide dar toda su luz. De nuevo una noche negra como un viejo luto y tan sólo yo para sacarle los colores. Una bandera a media asta por el tren que nunca llegó a su estación, vagando por vías fuera de cualquier mapa. El hijo de un dios menor que mira hacia el cielo desde la misma tierra antigua, con los mismos miedos.

Perdido como un perro de nadie en un mundo frío. Un caminante sin camino, perdido entre edificios de la ciudad, vagando por cada calle, cada avenida que se sienta digna de acogerme. Ya no sé si vengo del cielo o el infierno. He perdido la cuenta de casas que me invitan a entrar sin llamar y no he cruzado su umbral. No entraré en una casa en la que no me sienta cómodo. No mientras que el infinito no siembre en mi corazón esa semilla que otrora plantara.

No volveré a tachar mi nombre del remite. No volveré a dejar sin afinar las cuerdas de esta guitarra. No más trenes perdidos. Nunca más seré ese profeta que espera al milagro, cuando toda su fuerza se le ha ido por la boca. Aunque se hace duro caer, levantarse es de obligado cumplimiento. Solo a mi me toca derribar el muro de la imposibilidad. Las cenizas de un ave fénix que consumido por las llamas del dolor espera a renacer en el momento en el que se sienta preparado.

Llegará un día en el que este ave fénix sienta la fuerza necesaria para resurgir de sus cenizas. Que este caminante perdido por una enorme ciudad cruce el umbral de una de las casas que me de su asilo. Llegará el día en el que esta casa encuentre alguien que la more. El día en el que cuando este pez toque el fondo de la pecera sólo le quede subir a la superficie. Mientras tanto solo el viento esparciendo las cenizas por lo largo y ancho de la tierra y el mar.

Tan sólo un pez en esta pecera. Un alma perdida que sigue nadando.


 

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