El árbol de la tierra muerta
Del árbol que nace en tierra muerta manan hojas negras. Una leyenda tan antigua como la propia historia, va desgarrando el silencio. Silencio que desaparece con la rapidez del propio sonido cuando es nombrado. Dioses antiguos. Dioses nuevos. Templos que en la soledad se llenan de sombras. La leyenda de eternidad resuena como una plegaria entre lágrimas. Busca el reloj en la arena un tiempo que perdió con enemigos fantasmas. Rencores de humo que se escapan. Se para la música de un extraño instrumento al oír la leyenda.
Muros que escuchan, pero no hablan. Lenguas que ya no existen. Dialectos que se convirtieron en idiomas. Idiomas olvidados. Idiomas silenciados. Silbidos surcan las nubes. Estrellas y oscuridad. Un sol que tras una delgada capa de lluvia hace brillar al mundo de verde. Dioses de épocas pasadas ocultan el sol tras el lado oscuro de la luna. Vino amargo corre como sangre por las escaleras. Una falsa y efímera felicidad que encuentra el aire que respira en la venganza. Somos tan distintos como iguales.
Canción triste se alza en la sombra, se traga el alma de quien la escucha. Nuestras mentes piensan sin llegar a conclusiones coherentes al escuchar la melancolía de cada nota. Tiempo de humo que aprieta mientras se escapa los grilletes de la libertad. Selva que oculta a todos los enemigos que no construyeron puentes de platas. Son los muros de piedra que los hombres alzan para separarse de fantasmas que les asustan, némesis que moran en la imaginación de cada cual que es.
Adora a un enorme becerro de oro la esposa de un dios ¿antiguo o nuevo? Quién sabe. Reza arrodillada en las ruinas del templo en una lengua que nadie habla. Entona cánticos en la oscuridad creyendo que sólo el becerro es capaz de escucharla. Al margen de los oídos de aquel dios al que un día juró fidelidad. A los pies de la ostentosa estatua, de su dios amante, la tierra se mueve. La tierra tiembla a su alrededor. Ella sigue con su triste canción.
Las ruinas de un templo que otrora fuera el corazón de una prospera ciudad tiemblan. Una ciudad custodiada por dioses antiguos, arrebatada por la naturaleza. Las rocas y piedras que lo alzaran empiezan a caer a la misma tierra que lo vio nacer. Tierra que tiembla. Tierra muerta. La inscripción de la leyenda brilla con más fuerza mientras la esposa de algún dios canta. Cada vez más agudo. Cada vez más siniestro. Pronuncia palabras en una lengua enmudecida por los siglos.
Las grandes piedras bajo sus pies se rompen en mil pedazos. Ella canta aún más alto. La tierra se mueve. Hasta el tiempo se detiene, curioso por lo que en el templo está pasando. De la inscripción en la piedra salen luces que se mueven por la estancia. Estancia que se se cae a pedazos. Haces verdosos que revolotean inquietos en rededor de la esposa de un dios engañado. Un dios cuyo corazón se ha congelado. Se mueve la tierra muerta a sus pies.
Van formando mandalas y extrañas figuras mientras ella canta. Se mueven a gran velocidad. De un momento a otro se meten en la tierra, delante del becerro. Ella se calla. La tierra deja de temblar. Todo se sume en un silencio sepulcral. Un hilo de voz muy fino sale de su boca. Acompaña el tenue sonido con las manos, alzándolas al becerro en señal de ofrenda. Aparece lentamente entre las piedras rotas un tallo de hojas negras. Su voz se alza en el silencio con más fuerza.
El tallo negro que en suelo muerto se arraiga crece con brutalidad, destrozando todo a su paso. La esposa del dios traicionado se pone en pie sin cesar en sus cánticos. Moviendo todo su cuerpo ante el árbol muerto. Lo que fuera templo ha cedido a la tierra muerta sobre la que se edificó. La misma tierra que sepulta al becerro de oro. En el cielo un anillo de fuego ilumina la negrura de un árbol que se arraiga a suelo muerto.
Cae de rodillas la sacerdotisa al suelo, sus manos tocan la tierra de la que creció el árbol. Árbol que se tragó el templo. Árbol que creció sobre el vano recuerdo de una civilización olvidada. El viento del norte sacude su cabello, mece las hojas negras. Discretamente sale el sol de su escondite lunar. Inciden los primeros rayos sobre las hojas, tan negras como la noche. En el silencio sólo la respiración jadeante se alza mientras un nuevo sol ilumina el árbol negro.
Una fuerza nueva se presiente. El ave fénix que para renacer de sus cenizas se lanza al fuego. El árbol arde. Pero no se consume. Ella mira con ojos vidriosos, ojos de dolor, cómo el fuego envuelve su creación. Bajo sus hojas una fuerza grita en silencio por salir. El viento del norte alza las llamas tan alto que rozan las nubes. Una estruendosa explosión dentro del árbol apaga todo el fuego, se libera la capa de negrura que recubriera cada hoja.
El tronco del árbol de la tierra muerta brilla con el dorado de aquel becerro de oro. Las hojas que manaron negras ahora se muestran a un mundo nuevo con el verde de la naturaleza más pura. Un árbol nuevo. Una época nueva. Mira la sacerdotisa con orgullo al dios que adora renacido de sus propias cenizas. Un dios con más fuerza que ningún otro, ¿antiguo o nuevo? quién sabe.
Comentarios
Publicar un comentario
Me gustaría saber tu opinión sobre esta entrada.