Una buena persona

Existen en el mundo unas personas especiales que ven la vida desde una perspectiva única. Un pequeño grupo que nada entre mareas de gente. No andan por el camino, sino que se hacen la senda. Capaces de comprender los conceptos más abstractos, de crear mundos más allá de la utopía, de ser empujados por la magia de la curiosidad. Son personas que pueden ver con el corazón cada pequeño detalle que se cruce en su camino. Aquellos que sienten con toda el alma.


Dice no sé qué filosofo de no sé qué país que nadie antes nos pregunta si queremos nacer. Dice aquel que ve la vida como una administración, colmada por ese virus llamado burocracia, que su propia existencia es de obligado cumplimiento. Y puede que tenga razón, puede que alguien, tras sopesar los pros y los contras, decida, no en pleno uso de sus facultades mentales desde luego, no nacer. Pero aquel que ve la vida como el regalo que es nunca negaría la oportunidad de volver a nacer.

Todo es cuestión de perspectivas, y la vida no es una excepción. Al verla de una forma aburrida, triste, monótona sin hacer nada por remediarlo, algo que tenemos que hacer por narices, nos hace sentir que somos esclavos de una rutina, vemos que un día nacimos porque alguien quiso ponerle consciencia al cuerpo un ser humano recién nacido. Y ese alguien no tuvo ni siquiera la deferencia de preguntarle a nuestra existencia allá en el limbo si quería formar parte de la vida.

En cambio desde una perspectiva mucho más alegre, viendo que a cada uno se le entrega un regalo, en el momento que pasa a formar parte de un circulo sin fin que llamamos vida, hace encender la pasión en nuestro corazón, se enciende en nuestro ser una chispa que nos llama a luchar por aquello que más queremos. Le damos un sentido a una vida que de primeras se muestra adversa. Aparecen amigos y amores que llegan al alma. Aparecen motivos de peso por los que elegir vivir.

Y en este regalo que es la vida solo unas pocas personas, reciben un don que les hace ver el mundo con unos ojos especiales. Son los mismos que les ponen voces a los peluches como niños, los que saben escuchar el llanto de una caracola que está abandonada en la orilla, lejos de un mar que la añora. Son aquellos capaces de sentir el rocío sobre los pétalos de una amapola, los que deshojando margaritas saben si son queridos como ellos quieren. 

Unos soñadores con más sueños en la cabeza que sueños cumplidos. Ojos que nunca se quedan en una capa superficial, miradas que atraviesan nuestro ser y son capaces de ver a la persona tal como es, sin necesidad de juzgarla. Son capaces de sentir lo que el otro siente con tan solo mirarlo a sus ojos. Con sus palabras pueden hacer llorar como lo haría un conjuro. Sus lágrimas, por otra parte, se salen por esos ojos, lectores de almas, con tanta facilidad como quien explota una pompa de jabón.

Lejos de ser superhéroes que no se rinden ante nada, son personas tan normales como tú o como yo. Son personas que ante un insulto puede nublarse su día y con una sonrisa vuelve a salir el sol de su interior. Hacerles daño es tan fácil como pisar con saña una flor que le entrega indefensa su belleza al mundo. Hacer llorar a una persona sensible si no es de risa o de emoción es un acto cobarde y miserable, como pegar a un niño, a su niño interior.


Hay dos formas de ver la vida, una de ella es triste y aburrida, al son que marcan los railes de un metro que te lleva a la oficina. La otra es coger de la mano a una de estas personas y vivir con ellas todo una aventura cada día. Y sonreírle a la vida para agradecerle el regalo que son estas personas en cuyos corazones no habita la maldad.


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