Si Cervantes levantara la cabeza
De Cervantes a Machado, de Unamuno a Bécquer. Desde Rosalía de Castro hasta Ortega y Gasset, desde Alberti hasta Calderón de la Barca. Si Jorge Manrique levantara hoy la cabeza y viera que de sus coplas tan sólo interesa el título. Juan Ramón Jiménez se iría con Platero a otro sitio si viera que su burrito sólo vale para aprobar un simple examen, y Valle-Inclán cortaría su preciada barba al ver que las noches de Bohemia es leído porque «entra en selectividad».
Quizás sea todo un orgullo ver tu nombre pasar a la historia. Ser considerado uno de los más grandes escritores del planeta puede ser un gran honor. Ver tu nombre firmando la autoría de un libro de los buenos y que se te reconozca como un escritor allá por donde vayas ha de ser un privilegio. Por eso yo comprendo que puede llegar a ser gratificante encontrar un libro tuyo en uno de literatura, de estos que los alumnos abren para memorizarse autor y obra y escupirlo en un examen.
Se guardaría Aleixandre esos besos que a su amada daba si viera que sus poemas son leídos sin sentimientos. Derramara una lágrima el corazón que una de las dos Españas le heló a García Lorca si viera que tras la lectura por encima de uno de sus escritos vienen unas preguntas, o un comentario de texto que pretenden pobremente averiguar si el alumno lo ha leído, comprendido y ha captado la idea que el autor ha querido expresar en esta lectura obligatoria.
Yo comprendo que los profesores intenten acercar nuestra mejor literatura a sus alumnos, y es algo que quien quiera tener un mínimo de cultura debería saber. Sería inaceptable que unos alumnos pasen una secundaria y un bachillerato sin saber quién fue Espronceda, Lope de Vega o Azorín, tan sólo digo que más que acercar con los actuales medios lo que hacemos es alejar a la gente de la literatura, y casi parece que quien lee un libro por placer es una persona bizarra.
Aunque es muy cierto que sin un profesor que me hiciera leer «San Manuel Bueno, mártir» tal vez nunca hubiera descubierto esta gran obra por mi cuenta, pero al igual que Unamuno hablaba de la «intra-historia», todo aquello que ocurrió y que jamás pasó a la historia, a muchos autores se les relega a una tabla de «autor y obras principales» a memorizar para un examen, salvo unos pocos afortunados que hayan escrito novelas lo suficientemente cortas como para que un alumno se las pueda leer en una semana.
En mi caso nunca me gustó que me examinaran tras leerme un libro, y puede que haya quien lo vea bien, pero me daba la sensación de que no leía por el placer de conocer una historia nueva, de vivir cosas que jamás podría de no ser por la ayuda de un libro. No hubiera construido nunca la catedral de Kingsbridge, ni hubiera vivido en «Un mundo feliz», ni hubiera sido un robot en el año tres mil si al final me fueran a evaluar.
Con un libro realmente se pueden pasar muy buenos momentos, te puede hacer reír, soñar, llorar e incluso volar. Por muy buena que sea la serie, no hubiera sentido lo mismo cuando decapitaron a Ned Stark al verlo que al leerlo, y sin un libro jamás hubiera visto los paisajes de Islandia y su «intra-historia» tras una letras negras sobre el blanco de su nieve. A mi, que no me gustaba leer, creo que cada cual ha de buscar un libro que realmente le emocione y le haga sentir como lo haría el protagonista.
Cada libro esconde una historia, un mensaje y miles de sentimientos. Un libro está para leerlo por el placer de vivirlo, no para que su lectura sea de obligado cumplimiento.
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