31 de febrero

Cuando cae la lluvia al final de un día tan especial, el segundero avanza con lentitud como arrastrándose por toda la esfera del reloj. Las gotas caen sobre la tierra, las nubes no dejan ver una luna que está llena, oculta tras ellas. El minuto cincuenta y nueve llega ya a su fin y con él todo un día que ya tan sólo vivirá en la memoria de quien lo haya sabido disfrutar. El último segundo transcurre poniendo punto y final al mes de febrero.


El reloj se detiene cuando las tres manecillas tocan el doce. Nada avanza, todo se queda sumido en la inmovilidad. Comienza un nuevo día que nadie puede vivir. Empieza, de esta manera el 31 de febrero. Hasta las motas de polvo están suspendidas en el aire sin moverse, de repente siento como si estuviera nadando entre un líquido viscoso al moverme. Siento mi respiración pesada. Voy desgarrando el tejido espacio-temporal a cada paso que doy, incumpliendo todas sus leyes al moverme cuando el tiempo desaparece.

Todo sobre la faz de la tierra se encuentra congelado, como si alguien que estuviera viendo una película hubiera presionado el botón de pausa. Me paseo por las calles, desiertas, como un helado día de invierno. Por las ventanas veo, como si estuvieran en un cuadro, a las personas tranquilas en sus casas, viendo la tele, recogiendo lo que quedaba de una mesa donde habían cenado. Contemplo como una hoja ha quedado atrapada en el tiempo mientras se desprendía del árbol que la vio nacer.

Con un gesto de la mano aparto toda las gotas que se interponen en mi camino, creando un camino hacia dónde quiero ir. No puedo evitar sentirme el hacedor del universo. La vida me ha regalado estas horas demás para mi solo, para disfrutarlas al máximo y aprovechar cada minuto extra que se me concede en este tiempo muerto, en el respiro que se toma el mundo. Tal vez todos necesitáramos un día para volver a amar la vida y descubrir adonde lleva todo lo que hacemos.

Ya casi ni siento estar rompiendo cada ley que debiera unirme al espacio-tiempo, y entre gotas de lluvia que, suspendidas en el aire, caminé calle abajo silbando una alegre canción. Con un simple gesto con las manos las nubes se disiparon y hice que apareciera un amanecer como el que nunca había presenciado. Las pequeñas corrientes que se forman en el asfalto están detenidas en un su camino hacia la alcantarilla, incluso cuando piso un charco el agua se aparta sin formar una onda en él.

Me paro frente a tu ventana, seguramente el tiempo también se haya detenido para ti. Escalo con cuidado los dos pisos que nos separan, y al entrar en tu habitación te encuentro dormida y relajada. Me encanta cuando los rayos del sol naciente acarician tu piel y la tiñen de ese color sonrosado. Algo, tal vez tu expresión calmada, me hace pensar que estás soñando en mi. Con mi mano te acaricio la mejilla y te susurro un pequeño conjuro al oído.

Tus pulmones se hinchan, tomando el aire de esta mañana. Te he sacado del dominio del tiempo, y al notar el sol en tu piel frunces el ceño, incómoda por su luz, te das la vuelta para que no te moleste, pero inevitablemente te despiertas. Giras tu cara hacia mi, sorprendiéndote de encontrarme a la vera de tu cama. Poco a poco en tu rostro se va formando una sonrisa que expresa que no sabes qué está pasando pero para ti esto parecerá un sueño.

Aún te cuesta un poco moverte fuera del tiempo, pero al incorporarte, con esa voz tan dulce que te sale recién levantada me preguntas: «¿Qué día es hoy?»


«Buenos días, mi vida, estamos a 31 de febrero»


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