La bola de cristal

Paseo el dedo por las miles de páginas del Libro de las Sombras. Miles de maleficios, conjuros y hechizos, pero ninguno del tamaño de lo que pretendo crear. Miro de soslayo a la puerta, vigilando que no venga nadie. No debería hacer esto. Más encantamientos, males de ojo… nada que me interese. Las piernas me tiemblan y el corazón quiere salirse por mi boca. Escudriño cada página deseando con todo mi ser que nadie entrara y me pillara infraganti. Finalmente lo encuentro, y echo otra mirada a la puerta.

Las palabras que salen de mi boca suenan como si otro ser con una voz de ultratumba las entonara conmigo en tono solemne. Sostengo la inerte bola de cristal con mi mano izquierda. Continua el conjuro, la habitación se vuelve oscura, todas las velas que la iluminaran se han apagado, un fuerte viento que gira entorno a la bola azota las páginas de todos los libros salvo el Libro de las Sombras, que permanece inalterable. El cristal que la forma brilla incandescente en verde.

Al acabar estoy exhausto. El viento se ha detenido, ahora una onda expansiva expulsa aire de esta y se lo devuelve. Como si estuviera respirando. Supe en aquel momento que había triunfado. Vuelvo a mirar a la puerta, sigue celosamente cerrada. El brillo verde se va desvaneciendo poco a poco, al igual que las ondas que lanza la bola de cristal, que se van haciendo cada vez más leves. Me asomo a su interior y contemplo, con orgullo, como diminutas plantas empiezan a brotar de una superficie arenosa.

Dentro de la bola el tiempo pasa mucho más deprisa, puedo ver cómo las plantas crecen muy despacio, van formando todo un jardín, un paraíso con miles de colores, donde sólo el verde predomina. Pero algo va mal. En otro lugar de la bola una columna de humo se alza hasta el mismo cristal. Caigo en la cuenta de que no es un fuego muy grande, sino una simple hoguera. Unos pequeños seres danzan a su alrededor. Sus movimientos son muy rápidos y a penas puedo contar cuantos son.

Este hecho cambió mis planes. Yo que iba a usar este mundo para traer a mi brujita cada vez que quisiéramos evadirnos del mundo, ¡y resulta que he acabado creando vida! Tengo sentimientos encontrados al respecto, por una parte forman parte de mi creación y no me gustaría tener que echarlos de su hogar. Por otro lado, en el Libro de las Sombras no dice nada de que pueda crearse vida inteligente tan fácilmente, ¿cómo han surgido? ¿qué hago ahora con ellos?

De ninguna manera quiero creerme su dios, ni nada por el estilo, pero poco a poco me fui sintiendo responsable de ellos. Sin darme cuenta no podía apartar la vista de la bola de cristal. Veía como nacían y crecían, se movían rápidamente de un lado a otro por las arenas que formaban los pilares de su pequeño mundo. Las casitas rudimentarias que se levantaban de adobe iban avanzando y se iban haciendo de piedra y madera conforme pasaban los días, minutos en mi caso.

Afuera pasan los días, aún no sé si debo decirle a ella todo el tema del mundo que había creado. Pero entonces empezaron las guerras. Con el corazón desbocado y los ojos como platos veía como se matan por un motivo no muy claro, por doquier hambre y miseria. He creado unos seres obstinados en destruirse. Me siento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Contemplo cómo me llamaban por distintos nombres y mataban por mi. He creado un infierno.

Quizás debiera entrar e intervenir para evitar que acabaran entre ellos. No obstante, con el alma rota, decido no hacer nada. Les he dado un paraíso, mi paraíso, el que iba a compartir con la mujer que más quiero, y lo despreciaron. Ahogaron la belleza de mi creación con la primera cruzada. Han despreciado su existencia. Con una manta que tenía cerca tape la bola de cristal. Nunca he pedido que tengan fe en mi, pero hoy he perdido toda fe en ellos.

Pasaron los días, y mi vida sigue. Paseo cabizbajo sin dejar de pensar en ellos, en el horror que vi dentro de su pequeño mundo. Hasta que ella se dio cuenta. Decidí contarle que creé un pequeño universo en una bola de cristal, un edén para nosotros dos, le describí la maldad que habitaba en aquellos pequeños seres. Ella me dijo que quería verlos y no puse pega alguno en enseñárselos. Antes de destapar la manta el corazón me latía como si se fuera a salir, pero me relajo al contemplar su expresión.

Su rostro benévolo parece apreciar el detalle que iba a tener con ella, pero la intuición me dice que ha visto algo realmente hermoso en ese caos de guerras. Señala con su dedo en el cristal de la bola. «Mira aquí». Al hacer lo que me dice veo como un hombrecillo está ayudando a escapar a unas mujeres y unos niños de la contienda, y en otro punto una mujer está dando de comer a los más pobres. Por el otro lado de la bola hay alguien que clandestinamente está liberando a los presos de la guerra.


Y hasta pude ver una pareja que demuestra su amor en los actos más pequeños que tenían el uno con el otro. Ante mi se descubren miles de ejemplos de bondad que me enternecen. Me miras con una sonrisa. «Esta guerra acabará, tú mismo me lo dijiste: ninguna tormenta dura más de siete días»


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