Cantando bajo la lluvia

El sonido de las gotas de agua chocando contra el suelo se hace omnipresente, como la música que se presenta cada vez que los guardianes del cielo deciden regar el gran jardín que custodian. A veces se muestra más fuerte y estruendosa, que impone respeto, y otras muchas tan melódica que casi se podría bailar al son que marcan las miles de gotas cayendo dispares.

Tal vez cuando hablamos de la lluvia la vemos como un suceso triste, algo que impide salir de casa, que cambia los planes, que corta el rollo, crea inundaciones, una cosa que una vez en casa se ignora y ya está… Si nadie cae en la cuenta de que es vida, que despeja la contaminación del cielo y refresca cuando hace calor, yo como si oyera llover, porque a mi me gusta ver el agua caer de las nubes.

En ausencia de zapatos, con un chubasquero puesto y con mi paraguas salgo a la calle, mirando hacia el cielo, ese cielo que se encontraba tan oscuro, mientras las gotas caen. Decido dar el primer paso, y siento en la planta del pie ese primer contacto con el agua, el suelo húmedo mientras pequeñas gotitas se precipitan y me salpican en su impacto con el asfalto que hay debajo de mi.

Oyendo cómo el agua baila sobre el paraguas, como si yo fuera un charco sobre el que chapotear alegremente, com un niño pequeño que lo pasa en grande con el agua a sus pies. Siento los charcos ondear alrededor de mis pies al pisarlos, sintiendo esa libertad tan absoluta de ir descalzo, de percibir el agua tal cual se muestra rozando mi piel.

Giro mi paraguas, viendo como el agua sale disparada formando a mi alrededor una hélice como protegiéndome, viendo como caían, reflejando cuando pasaban por ciertos lugares las luces de las farolas que aún quedaban encendidas, como perfecta iluminación para lo que es un gran día de lluvia. Sólo me faltaría tener aquí a alguien que yo me sé para poder darle un beso bajo la lluvia… 

Pueo percibir el agradable olor de tierra mojada omnipresente, remontándome a épocas de mi infancia cuando la lluvia me hacía sentir tan pequeño como un simple ser humano, un mortal que no podía hacer frente a los truenos y relámpagos. Me encantaba la protección que me proporcionaba mi hogar, y el calor familiar cuando sentía miedo de un rayo. Recordaba como poco a poco me hice amigo de la lluvia, como fui amándola como si fuese una mujer a la que veía cada vez que el clima me lo permitía.

Que llueva, que llueva, que caiga un chaparrón, quiero ver los caracoles sacar sus dos cuernos, ver cómo las flores se asoman a este bello paisaje que las hace crecer. Que suene esa música simple e infinita que llena la tierra de charcos y canales improvisados a la alcantarilla, ver cómo los árboles hacen una reverencia a la todopoderosa agua que no para de caer y caer. El chubasquero, fallando en su intento de protegerme, hace que mi camiseta se moje y se ciña a mi.

Empiezo a seguir una pequeña corriente de agua que baja por la calle, que está desierta. Siento los goterones de agua cayendo a chorros por mi rostro, aumento el ritmo hasta estar corriendo calle abajo siguiendo una corriente de agua. Del azul oscuro original en el que sumía el ambiente este chaparrón, empecé a ver miles de colores rodeándome. Desde el verde de los árboles empapados al amarillo incandescente de las farolas que se reflejaba en todos los charcos.


Ay, virgen de la Cueva, haz que llueva y que llueva. Quiero seguir cantando bajo la lluvia, sentirla sobre mi cuerpo una vez más, tocarla con la planta de mis pies y sentir ese escalofrío que recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies. Y qué más da quién me vea, yo estoy feliz porque de camino a tu casa está lloviendo y lo estoy disfrutando, y algo me dice que esta alegría tan repentina bajo la lluvia es porque voy a volver a verte al final de la calle.


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