La leyenda de Catrina

Era una cálida tarde de primavera, el sol bañaba todo el condado, tiñéndolo de un color amarillo anaranjado las calles. Me encontraba limpiando el mostrador en este descansito que me dejaron los clientes, cuando uno de ellos entró por la puerta, iba cabizbajo, y andaba muy despacito con aspecto desaliñado. Se sentó en un taburete de la barra, mirándome con los ojos del que lo ha perdido todo y no quiere continuar. Con una voz quebrada pidió un tequila. 


El tequila bajaba hacia el vaso mientras el anciano miraba y, aferrando la copa con una mano, se lo llevó a la boca bebiéndolo de un trago. Hasta yo pude notar que la garganta le ardía, pero con la misma voz quebrada y casi llorando pidió otra. Y yo obediente se la serví, deseando que pudiera pagarla y no fuera a liarla en mi taberna. Mientras el tequila volvía a escaparse de la botella, le pregunté que lo había llevado a esta situación.

Alzó la vista hasta encontrarse con mi mirada. De sus vidriosos ojos una lágrima se asomaba, parecía venida directamente de su corazón, un corazón ya sin ganas de latir, que estaba cansado. Me contó tranquilo y calmado que su esposa había muerto, que sentía su ausencia cada mañana, que tantos años de casados se fueron en nada, que ayer estaba tan viva y de ella nada queda hoy, la vida no le merecía la pena, y tan sólo el tequila la podría llenar.

Cuando iba tomarse el segundo trago le impedí llevarse el vaso a la boca. Esa no es forma de solucionarlo, nadie jamás ha vencido a la muerte y debía aceptarlo. Entonces caí en la cuenta de la pequeña imagen que tenía de decoración en la barra, una caricatura de la Garbancera. Le pregunté al buen hombre si conocía la leyenda de Catrina, esa calavera vestida de gala, que viene a por nosotros el último de nuestros días. El hombre hizo un mohín, había escuchado aquello miles de veces.

La Catrina no alguien a quien temer, sino una mujer a la que amar, porque nos recuerda con su sola presencia que ella es parte de la vida, que debemos buscar la felicidad, que eso es lo que ella quiere de nosotros. Vivir la vida con el entusiasmo que teníamos de niños, porque todos moriremos algún día y eso es lo más seguro que tenemos desde que nacemos, y no ha de ser motivo de tristeza, es el último cumpleaños a celebrar.

Casi había logrado captar la completa atención de aquel viejo hombre que quería tomarse el segundo trago para olvidar a su amada esposa. Pero le dije que la muerte sólo es el final del ciclo de la vida, que es el paso del alma a la eternidad, donde algún día se reencontraría con su amada. Pero ella no querría verlo tan desaliñado y desamparado por su ausencia, tan sólo que se consuma en alcohol sin más consuelo.

Ella, al igual que la Catrina, querrá volver a verlo tal y cómo siempre ha sido, no hecho un borracho sin asear que la espantaría. La vida da muchas oportunidades, que no han de ser desechadas, donde la felicidad aguarda, y son las que ella les gustaría que aprovechara. El hombre seguía apenado por no tener a su esposa junto él, pero en sus ojos volví a ver la vida y esas ganas de vivirla que merece por el mero hecho de ser humano.


Yo le invité a esas dos copas y me tomé una junto a él, brindando por la vida, ese regalo que mi madre a mí me hizo hace ya dos décadas, y brindamos también por la Catrina para que cuando venga por nosotros nos encuentre riendo y festejando, ¡y que vea lo felices que hemos sido!


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