Cuando se crea el silencio

Cuando las voces callan y el ruido desciende para dar paso a la melódica música que trae consigo el silencio, aquel que purifica los oídos contaminados, el que desata pensamientos profundos. El silencio que crea expectación antes de que un melifluo tono lo rompa, el que hace que se escuchen los latidos del corazón perfectamente sincronizados con los de otra persona afín. El silencio del que nace la emoción tras la más bella de las melodías.


Es curioso como de los cinco sentidos la vista es el dominante, el olfato, junto al gusto, el que le da vida a la existencia y muy relacionado a la memoria también, el tacto parece ser el verdadero, el que no puede mentir, puesto que si se toca algo significa que existe, pero no necesariamente al revés, además de ser uno de los más carnales. Pero el oído es completamente diferente a todos, es el que le da emoción a la vida.

No son pocas las veces que música me recuerda en cierto sentido a la soledad, pero una soledad positiva, reflexiva e introspectiva, ese tipo de soledad que cuando el mundo se va a otro sitio, es la única que me acompaña. Esa que cuando estoy solo pero rodeado de gente, aparece en forma del suave silbido del viento como un soplo de vida. La que me saca una sonrisa emotiva, la que llevándome a su mundo particular me hace sentir lleno de vida.

Siento fluir las siete notas que lo componen todo, cualquier canción, cualquier fragmento, cualquier acorde… Siento la necesidad de tocarla como si fuera algo palpable, materializarla entre mis dedos, sentirla, como la siento al escucharla, bajando por mi espalda en forma de escalofrío. Quiero que de mi emane la música, poder ser el navegante de las nubes, remar con mi barca por encima de ciudades y épocas, poder hacer algo que quede grabado a fuego en mi memoria y ponerle nombre a esa sensación.

En mi paraíso ficticio lleno de notas, que son como colores que dan esa vida de la que la existencia carece por sí sola, es donde me siento completamente libre de ser quien quiera ser, de bailar en el escenario que el son de la música vaya marcando. Sé que cada decisión acota gran parte de libertad, y me siento completamente libre con el estilo de vida que he elegido. Al fin y al cabo, no decidir no te da el nivel de albedrío que me da la elección.

Respiro hondo, desenmascarando en cada bocanada de aire que tomo y suelto el significado del conjunto de instrumentos que suena a mi alrededor, como si pudiera oler cada partitura, sentir que cada silencio está lleno de sorpresa, y la melodía trae consigo alegría, emoción, sentimiento, pasión… Lo que el compositor quiso expresar impreso sobre el papel, un papel sin sentido que expresado crea lo que se conoce como el arte primero. Parecía hablarme, contarme la delicadeza del mundo con instrumentos, en ausencia total de palabras.

Toda una orquesta leyendo ese bello poema sin palabras que lo describe todo sin decir nada, que llena el espíritu y roza el alma. Me siento bien, y mis labios esbozan una sonrisa, al principio discreta, luego no me pude contener y ocupó por completo mi semblante. Inevitablemente me evocaba a aquellas veces que, en bici, soltaba las manos del manillar y sentía el viento contra mi, como si volara.


Cuando se crea el silencio, y el mundo se aparta para que la existencia pase a ser vida, ese instante de expectación que comienza poniendo los vellos de punta cuando el primer instrumento, una pequeña cajita de música, da el tono para que toda una marea de música inunde el ambiente. Cuando la alegría me encuentra y, aferrándome a ella como un niño pequeño a su madre, deseo que aquel momento tan maravilloso nunca termine.

Fotografía por cortesía de Manuel Ruiz

Comentarios

  1. Gracias por poner letra, negro sobre blanco, a las sensaciones. Entre las que expresas se diluye la imagen y la eleva, como una ola, blanco sobre negro. Manuel Ruiz

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